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“Untitled, 2007/08”, de Cindy Sherman.

cindy sherman

Imaginemos —que es mucho imaginar— que vivimos en Manhattan y estamos un poco nerviosos porque nos disponemos a acudir a la primera cita con alguien que nos lleva atrayendo el suficiente tiempo como para considerarle algo más que una simple persona. Hemos disimulado nuestros defectos físicos de la mejor manera que hemos podido y hemos potenciado lo que creemos que son nuestras principales bazas. Lo hemos preparado todo para gustar, nos encontramos más o menos bien y, aun así, nos cabe la duda de si espejo no le estará haciendo la pelota a nuestro narcisismo más optimista. Llegamos al lugar pactado y ya nos están esperando —pero no desde hace mucho, así que todavía merecemos una sonrisa como bienvenida—. La conversación fluye de una manera más o menos prometedora y, por ahora, no nos hemos tirado ninguna bebida encima ni se nos ha caído alimento alguno de la boca, así que comenzamos a sentirnos seguros en el terreno de juego en el que desarrollamos nuestras dotes de seducción. En un determinado momento, levantamos la mirada en busca de de un breve respiro que purgue la tensión y paseamos la vista por los alrededores. Entonces es cuando descubrimos que, desde una mesa cercana, una mujer solitaria de mediana edad, con apariencia tímida y reservada, nos estudia con la suficiente discreción como para no alarmarnos, pero no con la bastante como para dejarnos indiferentes. Al rato, la mujer paga su cuenta y se levanta para largarse sin hacernos maldito el caso. En cuanto desaparece, nos olvidamos de ella y seguimos a lo nuestro, sin siquiera sospechar que algo grotesco en nuestro comportamiento o en nuestra imagen acaba de inspirar una nueva obra de arte.

Aunque habitualmente es calificada como fotógrafa, Sherman es más bien una pintora que emplea la fotografía como una técnica pictórica más. Su verdadera cámara fotográfica son sus retinas, dotadas de una sensibilidad extraordinariamente aguda incluso para una artista. A través de ellas es capaz de captar el más allá de la existencia humana para después ofrecerla plasmada en imágenes que elabora en la completa soledad de su ático en TriBeCa, donde habita y trabaja desde hace casi cuarenta años. Durante este tiempo, Sherman ha sido su única modelo; sin embargo, aprovecha la menor ocasión para asegurar que jamás se ha autorretratado, y lo cierto es que la mayor parte de las veces resulta irreconocible en sus creaciones. Sherman agrega la interpretación teatral como un ingrediente fundamental de su trabajo: se caracteriza como la persona a la que realmente ya ha pintado en su cabeza y después se fotografía actuando como ella y cuidando al extremo la composición, para obtener un resultado estético digno de las mejores paletas cromáticas de la historia.

Considerada como un icono del feminismo tranquilo, su fascinación por el alma humana, con una especial y lógica tendencia introspectiva, le ha permitido representar papeles masculinos con el mismo grado de objetividad que emplea con las mujeres. Esta instantánea en concreto forma parte de una de sus últimas series de fotografías sin título, en la que se ha centrado en estudiar, con grandes dosis de ironía tragicómica, los diversos modos en los que la mujer afronta la desembocadura de su madurez. Por primera vez ha empleado técnicas digitales para crear los fondos multicolores que enmarcan las figuras y que se constituyen en una especie de representación de la imagen que los personajes creen ofrecer al exterior. En esta ocasión se nos presenta una composición de vivas luces de neón que evocan un ambiente juvenil discotequero en el que la protagonista parece empeñada en permanecer a toda costa mediante un maquillaje exagerado y un vestido provocativo —de Balenciaga, por cierto—, a pesar de la traición a la que la somete su propio cuerpo evidenciando su mirada cansada, sus manos arrugadas y su piel descolgada. No cabe duda de que supone una abierta parodia del mal perder que conlleva la incapacidad de valorar la propia existencia más allá de la plenitud física. En su perfecta interpretación quizá podamos leer que Sherman también se haya visto atacada por la tentación de abrazar esa actitud falsaria. En cualquier caso, sabemos que en su vida real la ha vencido sin dificultades.

(Sarcasmos de la vida: el mismo día en que Cindy estrenaba esta exposición, uno de sus ex amantes, el también genial Richard Prince, hacía lo propio a unos pocos metros con una muestra centrada en la exaltación puramente material y despersonalizada de las formas juveniles femeninas.)

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