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“Número 6”, de Jackson Pollock (1951).

pollock

Para rebatir uno a uno todos los tópicos que giran en torno al arte abstracto, habría que rellenar un libro bastante gordo y espantosamente aburrido, y yo no me considero capacitado para escribirlo ―salvo que recibiera una buena oferta económica por ello, claro: entonces sí, ¡claro que lo estaría!―; pero sí que me gustaría llamar la atención sobre un par de aspectos para poder comentar este cuadro en concreto. En primer lugar, cuando alguien me dice que no comprende el arte abstracto debo presumir que dicha persona es sorda, porque la música es arte y es abstracta por su propia naturaleza y, mal que bien, casi todo el mundo logra valorarla. Por lo tanto, si descartamos cualquier tipo de incapacidad auditiva, tendremos que concluir que lo que realmente no se entiende es la abstracción aplicada a las artes plásticas.

Por otra parte, la inmensa mayoría de las obras que el común de los mortales califica como abstractas son realmente figurativas: no todo lo que se aparta del ideal fotográfico es abstracción. Si, sin excesivo esfuerzo imaginativo, somos capaces de identificar alguna forma conocida dentro de un lienzo, ya no podremos considerarlo abstracto. Afortunadamente, los artistas que han optado por esta forma de expresión son conscientes de la tendencia irrefrenable del cerebro humano a buscar figuras familiares en los lugares más peregrinos, y también dominan las técnicas pictóricas lo suficientemente bien como para evitar ese efecto visual en el observador, así que las posibilidades de confusión se antojan muy escasas.

Dentro de la pintura abstracta, al igual que ocurre en la rama figurativa, se han ido desarrollando diversos estilos. Existen creadores que no persiguen más que la obtención de composiciones cromáticas agradables a la vista; pero no se trata del caso de este cuadro, en el que lo que realmente se pretende es expresar la amalgama de emociones contrapuestas que conforma un determinado estado mental. La pintura actúa aquí como un contenedor telepático, del mismo modo que los surcos en un disco de vinilo contienen sonido. Pollock no pensaba mientras pintaba; Pollock actuaba. Las gotas arrojadas sobre el lienzo son los surcos del disco en el que está plasmando lo que suena dentro de su cabeza, su brazo es la aguja de grabación, nuestros ojos la de reproducción y nuestro cerebro el altavoz. Si contamos con la suficiente paciencia como para permitir que el plato gire, probablemente acabaremos traduciendo un escenario interno de angustia y confusión. Es posible que incluso lleguemos a visualizar al pintor descargando sus pinceles entre gritos de rabia y empaticemos con el terrible conflicto interior de quien lucha por aferrarse a los lomos de una vida que parece estar deseando derribar a toda costa a su jinete.

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