PINTURA

“La dama del armiño”, de El Greco (entre 1577 y 1580).

dama del armiño

La figura de Doménikos Theotokópoulos es una de las más controvertidas de la historia del arte, tanto por su vida privada, que permanece inmersa en un misterio casi absoluto, como por su peculiar estilo pictórico, más propio del expresionismo que de las corrientes naturalistas de su época ―no sólo llevó el manierismo hasta sus últimos extremos, sino que los dejó atrás para adentrarse en auténticas desmaterializaciones de la realidad―. Si a ello le añadimos su afición por los elementos simbólicos, no debe extrañarnos que en los últimos tiempos se hayan vertido sobre su obra las especulaciones más disparatadas.

Este retrato en particular se presta como ninguno para ser presa de esa moda pseudoesotérica que tanto daño está haciendo al arte clásico. Si bien esa tendencia ha revelado al gran público cuadros y artistas que permanecían relativamente escondidos, no es menos cierto que lo ha hecho de una forma torcida y contraproducente, puesto que condiciona al observador novato a tomarse como jeroglíficos de periódico lo que en realidad son simples obras de arte y, en consecuencia, a imposibilitar su disfrute estético. No dudo de que a las galerías que posean obras menores de Da Vinci, de Giorgione, de El Bosco, del propio Greco o de prácticamente cualquier flamenco les haya tocado la lotería con todas esas sandeces; pero, en mi opinión, el precio que nos hacen pagar a todos los aficionados es demasiado alto, puesto que acaban convirtiendo en monos de feria a auténticos genios y dificultando el acceso a los estudios serios mediante su difuminación entre tanta basura.

Lo cierto es que, sin necesidad de recurrir a invenciones ridículas sobre sociedades secretas y demás, “La dama del armiño” siempre ha estado rodeada de enigmas. Su autoría fue inicialmente atribuida a Tintoretto, según algunos, o a Sánchez Coello, de acuerdo con unos cuantos menos; y, a pesar de las numerosas ―y coincidentes en su resultado― investigaciones realizadas, y aunque la práctica totalidad de los expertos coinciden hoy en reconocer la mano de El Greco, aún existen voces aisladas que lo ponen en duda.

La cuestión que sigue sin resolverse es la identidad de la retratada. La mayoría de los estudiosos se decanta por señalar a Jerónima de las Cuevas, amante del pintor y madre del único hijo al que se supone que aquél reconoció. Pero esta apuesta no aclara mucho las cosas, dado que tampoco se sabe demasiado de esta señora: hay quien afirma que era la hija de un noble toledano ―aunque ese apellido no conste en ninguna crónica de la época como propio de la nobleza― y también quien la sitúa poco menos que en lo más lodoso del arroyo. Todo ello, aliado con los propios elementos que componen el cuadro y con la poderosa mirada de la protagonista, hacen que nos encontremos ante lo que, mutatis mutandis, podría llegar a definirse como “la Gioconda española”.

En esta ocasión, El Greco se aparta de sus ígneas figuras alargadas en busca del mayor realismo posible. Al igual que hizo Durero con su famosa liebre, prácticamente dibuja cada uno de los pelos de la piel de armiño y no se olvida de incluir un reflejo de luz en los ojos de la modelo ―demostrando, una vez más, que no se puede llegar a buen artista si no se nace gran observador―. Cada detalle está cuidado al máximo, y mediante la elección de un fondo oscuro, casi tenebroso, consigue resaltar el contorno frágil de una mujer que parece permanecer a la defensiva mientras dispara su mirada con un sutil gesto sensual. Contrariamente a su costumbre, el lienzo no está firmado. Si a ello le unimos que fue realizado cuando El Greco acababa de instalarse en Toledo y su máxima ambición era convertirse en pintor de la Corte, es probable que el retrato en sí no sea más que una demostración de habilidad dirigida a quien pudiera contratarle. Así, puede que su intención fuera de la tomar a una joven cualquiera y llenarla de adornos propios de la aristocracia. No obstante, sus sentimientos le traicionaron y se canalizaron por sus pinceles para dejar bien claro que la dama del armiño era mucho más que una joven cualquiera para él. Se ha especulado con la posibilidad de que podría tratarse de una hija suya; pero, salvo que estemos hablando de relaciones paterno-filiales que escapen a la norma, creo que podemos descartarlo por motivos obvios.

3 pensamientos en ““La dama del armiño”, de El Greco (entre 1577 y 1580).

  1. Gracias por la información de » La dama del armiño » siempre pensé que no seria del Greco por que no utilizó las cara muy alargada , Eso si el claro´-oscuro del retrato hace pensar que si puede ser de él. Un saludo

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