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“Ritmo 0”, de Marina Abramovic (1974)

AbramovicMarina Abramovic tenía 28 años cuando decidió culminar su serie de Ritmos con una de las performances más polémicas jamás realizadas. En sus “Ritmo 10” (1973), “Ritmo 5” (1974), “Ritmo 4” (1974) y “Ritmo 2” (1974) ya había puesto en grave peligro su integridad física o incluso su vida; pero en “Ritmo 0” perdió literalmente el control. Literalmente porque hasta entonces todo había dependido de su voluntad ―o casi todo, como los hechos se encargaron de demostrar―, pero ésta vez su capacidad de disposición se redujo a fijar unas normas previas bastante laxas:

Hay 72 objetos en la mesa, que cada uno puede usar sobre mí como desee.

Performance: Yo soy el objeto.

Durante este periodo me hago plenamente responsable de todo lo que ocurra.

Duración: 6 horas (desde las 20:00 hasta las 02:00)

Los 72 objetos fueron: revólver, bala, pintura azul, peine, cascabel, látigo, lápiz de labios, navaja, tenedor, perfume, cuchara, algodón, flores, cerillas, rosa, vela, espejo, vaso, cámara Polaroid, pluma ―de ave―, cadenas, clavos, aguja, imperdible, horquilla ―para el pelo―, cepillo, vendas, pintura roja, pintura blanca, tijeras, pluma ―de escribir―, libro, hoja de papel en blanco, cuchillo de cocina, martillo, sierra, taco de madera, hacha, estaca, hueso de cordero, periódico, pan, vino, miel, sal, azúcar, jabón, pastel, arco y flechas, paquete de cuchillas de afeitar, plato, flauta, tirita, alcohol, medalla, abrigo, zapatos, silla, correas de cuero, hilo, alambre, azufre, uvas, aceite de oliva, agua, sombrero, tubería de metal, ramita de romero, bufanda, pañuelo, bisturí, manzana. Éste es el orden original en el que se colocaron en una lista impresa, y no cabe duda de que no fue aleatorio.

Marina Abramovic 1En principio, nada malo tenía por qué sucederle. Involuntariamente, aunque asumiendo el riesgo, en sus anteriores Ritmos se había infligido cortes bastante profundos, se había quedado inconsciente dentro de una estrella de fuego ―de la que tuvo que ser rescatada― y había sufrido reacciones muy adversas a la toma de fármacos paralizantes. Todos ellos se habían basado en la realización de actos potencialmente peligrosos; pero en “Ritmo 0” no tenía más que quedarse quieta sin la ayuda de ninguna droga. Debería haber sido su performance más plácida; pero se acabó convirtiendo en una pesadilla: “La experiencia que saqué de aquella obra fue que en tus propias performances puedes llegar demasiado lejos, pero si dejas que el público tome sus propias decisiones, puedes acabar muerta”.

Marina Abramovic 3Aunque también cuenta con una buena legión de seguidores que la toman poco menos que por una mesías, Marina Abramovic es una persona que, por lo general, desata fieras antipatías entre el público medio. Por algún extraño motivo, sus obras parecen ofender o enfadar terriblemente a buena parte de la población, hasta el punto de que es raro que simplemente se las castigue con la indiferencia. Normalmente se la tacha de loca o de exhibicionista ridícula, aunque los calificativos pueden llegar a adquirir una virulencia tan inimaginable como absurda. Tampoco faltan los que tratan de justificar lo que consideran simples extravagancias ―como si necesitaran de alguna justificación― afirmando que en realidad disfruta cometiéndolas, porque es una masoquista o una suicida, algo que ella ha desmentido hasta el hartazgo: “Odio el dolor y no tengo el más mínimo interés en morirme”. Una vez más, la práctica totalidad de esas críticas infundadas provienen de personas sin la más mínima relación con el arte y que han llegado a conocer su nombre no precisamente a través de medios especializados o famosos por su seriedad e intelectualidad.

Marina Abramovic 4Sin llegar a perder nunca los nervios ―parece más fácil sacar de quicio a una piedra―, lo cierto es que Abramovic no suele tomarse demasiado bien las muestras de incomprensión o de visión superficial sobre su obra. En 2010, cuando estaba a punto de comenzar en el MoMA su exposición retrospectiva y activa “La artista está presente”, se llegó a indignar cuando un entrevistador se dirigió a ella como actriz. Sin embargo, y seguramente después de recordarle la necesidad de enterarse previamente de a quién se va a entrevistar, prosiguió contestando con educación a las preguntas que se le formularon, no sin antes explicar la diferencia entre una actriz y una artista de la performance:

Para ser un artista de la performance es necesario odiar el teatro. El teatro es falso… El cuchillo no es de verdad, la sangre no es de verdad y las emociones no son de verdad. La performance es todo lo contrario: el cuchillo es real, la sangre es real y las emociones son reales.

Marina Abramovic 5A pesar de que lo que pueda sugerir ese calentón, es obvio que Marina Abramovic no odia el teatro. Ha representado varias piezas originales con mucho éxito; sin embargo, siempre lo ha hecho para financiar sus performances, del mismo modo que un pintor acepta encargos para después poder dedicarse tranquilamente a su creación independiente. En cualquier caso, su enfado no podía estar más justificado: según ella misma ha afirmado en multitud de ocasiones, el único propósito de su carrera ha sido encontrar lo que ella llama “la verdadera realidad”. Esa búsqueda obsesiva no le ha resultado una tarea fácil: no sabe si ha sufrido más en el plano físico o en el psíquico y, de hecho, suele referirse a su necesidad de expresarse como “su Cruz a cuestas”. Nacida en Belgrado el 30 de noviembre de 1946, debe de ser una de las pocas personas en el mundo que continúa considerándose yugoslava, aunque últimamente prefiere afirmar que viene de un país que ya no existe ―no se considera serbia porque su familia era montenegrina; ni tampoco montenegrina porque a lo largo de su vida apenas ha puesto un pie en Montenegro―. Sus padres fueron partisanos durante la Segunda Guerra Mundial y el propio Tito en persona los nombró héroes nacionales, con todos los privilegios que conllevaba aquella consideración. “Éramos burguesía roja”, señaló recientemente en una entrevista sin atisbo de ironía en su expresión: no suele hacerlo cuando se refiere a una infancia que bajo ningún concepto puede considerar feliz.

Cuando era pequeña, con 4 ó 5 años, mi madre me vistió de diablesa para una fiesta de disfraces en el colegio. El resto de los niños llevaban vestidos alegres, de princesa, de cowboy o de cosas por el estilo. Yo llevaba ese triste vestido negro, con cuernecitos en mi frente y todo. No sé por qué se le ocurrió vestirme así; pero marcó el resto de mi vida.

Marina Abramovic

Ritmo 5.

No fue la única vez que Marina sintió que no comprendía a su madre ―de su padre apenas habla―. Afirma no haber recibido nunca una sola muestra de cariño por su parte y haber estado sometida a disciplina militar desde que nació. La estrella roja, omnipresente en su niñez y juventud, se convirtió para ella en un símbolo de represión que ha empleado varias veces en sus obras, incluso grabándosela en el vientre con cuchillos ―el público suele pensar que se trata de un pentáculo con connotaciones satánicas―. A esta represión de corte comunista no tardó en unírsele otra de origen religioso. Su abuela, con la que vivió seis años, era hermana de un patriarca ortodoxo y hacía todo lo posible por cambiar el adoctrinamiento marxista por el fanatismo cristiano. Entre uno y otro extremo, la artista aprehendió y desarrolló toda la iconografía que le ha acompañado a lo largo de su carrera:

Siempre he sido una persona obsesiva, desde pequeña. Por un lado, estaba la religión ortodoxa en su sentido más estricto, por el otro el comunismo; y yo era una niña pequeña de la que ambos tiraban hacia sí. Eso fue lo que me hizo ser como soy. Supongo que me convirtió en ese tipo de persona que Freud hubiese estado encantado de conocer.

Marina Abramovic 7Como otros muchos artistas de todas las disciplinas, Marina Abramovic comenzó a dibujar antes de tener uso de razón. Con 12 años ya había expuesto en un par de galerías de arte, y un poco más tarde superó los exámenes para ingresar en la Academia de Bellas Artes de Belgrado, donde obtuvo calificaciones bastante buenas ―a pesar de que un profesor llegó a recomendar ingresarla en un frenopático tras enterarse de que había solicitado subir en un avión de combate para pintar las nubes tal y como realmente eran―. En aquellos años, la performance, una manifestación artística cuyas primeras raíces definidas se hallan en el futurismo italiano, comenzaba a desarrollarse tímidamente gracias a la relativa popularidad que había adquirido Joseph Beuys, y tanto ella como un grupo de sus compañeros de promoción decidieron explorar el medio lejos de la Academia. Para ello, tomaron el Centro Cultural, una especie de centro cívico que realmente estaba destinado al adoctrinamiento político. Juntos, lograron dotar al inmueble de un verdadero sentido cultural y artístico, hasta que se dio cuenta de que aquella forma de expresión se prestaba a sus necesidades mucho mejor que la pintura.

Marina Abramovic 8Varias de sus performances han sido dolorosas o agotadoras, generalmente ambas cosas a la vez; pero ninguna de ellas supuso una tortura comparable a la que sufrió durante las seis horas de “Ritmo 0”. Durante la primera mitad de su desarrollo, el público se limitó a hacer el tonto ―que, en el fondo, es lo que se espera de él― acariciándola con la pluma, dándole besitos o “regalándole” la rosa, entre otros muchos actos insustanciales. Sin embargo, bastó que transcurrieran esas tres horas ―curiosamente, el tiempo máximo que un individuo medio tolera pasar en el cine sin empezar a despotricar y a agitarse en su asiento― para que la locura se apoderase de la sala. Su ropa fue completamente arrancada con ayuda de las tijeras; un tipo que debía de creerse más genial que ella le practicó un corte en el cuello y se puso a chuparle la sangre; la pintaron y escribieron por todo el cuerpo; la pellizcaron y laceraron y le escupieron en la cara; vertieron sobre su cabeza todos los fluidos disponibles; aferraron con cadenas a su pecho el tallo espinoso de la rosa; la tumbaron en la mesa y clavaron el cuchillo entre sus piernas, a escasos centímetros de la entrada de su vagina; alguien cargó el revólver, se lo hizo empuñar y le dirigió la mano hacia el cuello, animándola a apretar el gatillo ―por suerte, entre las normas no había contemplado acatar órdenes―; otro directamente lo amartilló y la estuvo encañonando la sien durante varios minutos; se desataron peleas entre los que deseaban martirizarla en nombre del arte y los que pretendían protegerla… A menudo se cuenta que uno de los guardias de seguridad violó la norma de no intervención y actuó para salvar su vida; pero eso no es del todo exacto: lo que ocurrió fue que se deshizo del revólver lanzándolo por una ventana ―tengo entendido que su manteca asada es muy apreciada en todo el vecindario― porque los ánimos se estaban caldeando de tal manera que temía que una de las facciones lo blandiera contra la otra o, lo que era aún peor: que dispararan sobre él.

Marina Abramovic 9Abramovic sangró y lloró impasible y en silencio mientras duró aquel martirio, y su imagen final recordaba mucho a la de un Cristo despojado. De la lista de objetos que compuso y de la manera en la que los ordenó, así como del hecho de que los situara en una mesa que recordaba a un altar sacrificial, podemos inferir que ése era precisamente el efecto que había imaginado, por lo que la performance no pudo salirle mejor. Incluso tuvo a su particular Verónica: una mujer aprovechó el pañuelo para secarle amorosamente las lágrimas y la sangre ―aunque no consta que sus facciones quedasen grabadas en la tela―. En definitiva, se prestó conscientemente a ser el objeto de un sacrificio sin ritual preestablecido, y es posible que hubiese acabado crucificada si la obra hubiese durado más tiempo ―no en vano, había colocado clavos, madera y un martillo entre los 72 objetos―. El porqué tuvo que durar exactamente seis horas sólo ella lo sabe. El caso es que concluido ese periodo, Marina resucitó. De repente, sin que ninguna señal lo anunciara, comenzó a moverse y a comportarse con un ser consciente. Se puso en pie y, desnuda y magullada, hizo ademán de acercarse a su público: bastó ese simple gesto para que todos los asisten huyesen despavoridos.

Todavía tengo las cicatrices de los cortes que me hicieron. Fue un poco de locos, me di cuenta de que el público podía matarme. Si les otorgas plena libertad, se pondrán lo suficientemente frenéticos como para matarte. ¿Qué fue lo peor? Un hombre apretó el revólver contra mi sien con mucha fuerza. Podía sentir sus intenciones, y también podía oír a una mujer diciéndole que hiciera lo que tuviera que hacer. Pero lo peor fue aquel hombre que siempre estaba allí, sólo jadeando. Aquello fue lo más aterrador. Después de la performance, descubrí un mechón de pelo blanco en mi cabeza. No pude librarme del pánico en una buena temporada. Gracias a esa performance, sé hasta dónde puedo llegar sin ponerme en un riesgo semejante.

Marina abramovic12Es frecuente encontrarse con quien clasifica este tipo de actuaciones dentro de la categoría ―de dudosa existencia― de los “experimentos sociológicos”; pero se trata de un grave error. Cualquier experimento, sociológico o no, debe responder al método científico en su planteamiento, desarrollo y conclusión; y ése no es el caso de una performance participativa ―donde, para empezar, tan sólo acuden los que están interesados en ella, por lo que no pueden ser tomados como una muestra representativa de ninguna sociedad―. Por otra parte, Abramovic no pretendía averiguar ni comprobar nada: su única intención era hacer lo que hizo o, en una palabra, crear. Crear algo dinámico y efímero que, no obstante, actualmente encuentra su acomodo en salas de museos como la Tate Modern o el MoMA en forma de instalación ―compuesta por una reproducción de la mesa original, con sus setenta y dos objetos, y una colección de sesenta y nueve diapositivas que se proyectan constantemente sobre el conjunto―. Por supuesto, a efectos expositivos todos los objetos potencialmente peligrosos han sido desactivados o fijados a la mesa: Abramovic nunca pretendió que la performance fuese reproducida, y mucho menos sin estar ella presente. En todo caso, esta transformación en instalación la convierte en una rara avis dentro de las performances, que por lo general tan sólo son documentadas a través del vídeo o de la fotografía, otros dos medios a los que, curiosamente, también les costó hacerse un hueco entre las artes reconocidas por el común de los mortales.

Después de 40 años en los que la gente pensaba que estaba loca y que deberían meterme en un manicomio, finalmente parece que empiezo a recibir todos esos reconocimientos. Lleva mucho tiempo que te tomen en serio. Me gustaría que la performance fuese considerada una forma real de arte, con sus estructuras y sus características definidas… Antes de que me muera, si es posible.

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Recomendaciones: Como era fácilmente previsible, no hay ningún libro en español sobre Marina Abramovic que merezca la pena. En inglés, en cambio, existe una literatura bastante variada y abundante. Si alguien desea hacerse una idea fiel sobre su obra y su personalidad, quizá las mejores opciones sean sus recientes memorias, tituladas “Walk Through Walls” y editadas por Penguin Random House a finales de 2016, y el completísimo catálogo de “The Artist is Present”, editado por el propio MoMA con motivo de su exposición retrospectiva de 2010.

Igualmente, es muy interesante el documental “Marina Abramovic: la artista está presente” (Matthew Akers y Jeff Dupre, 2012), ganador del Premio del Público en el Festival de Berlín. De una manera amena y sorprendente, el espectador no sólo descubrirá a una mujer de lo más sencilla, culta, sensata y afable, muy alejada de la imagen que suele transmitirse de ella, sino que prácticamente podrá llegar a imaginarse lo que sintieron las 750.000 personas que, una a una, se fueron sentando frente a su mirada durante las 512 horas que duró “La artista está presente”. Aprenderá igualmente algunas cosas interesantes acerca del funcionamiento interno de mundillo del arte actual y podrá comprobar cómo la historia, cursi a más no poder, que circula por las redes sociales acerca de su reencuentro con Ulay es completamente falsa.



 

Un pensamiento en ““Ritmo 0”, de Marina Abramovic (1974)

  1. Gracias por el artículo, Ignacio. Una mirada seria sobre Abramovic y, lo que más aprecio, una posición personal meditada e informada. Muy interesante de verdad: no conocía tus escritos y creo que he encontrado una voz a la que atender.

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