En 1848, con tan sólo diecinueve años de edad, Millais constituyó junto con William Holman Hunt y Dante Gabriel Rossetti lo que hoy se considera la primera vanguardia del arte contemporáneo: la Hermandad Prerrafaelista. Si bien en ningún momento se plantean adentrarse en modos de expresión distintos del realismo, este grupo de artistas reacciona con fuerza ante los postulados de la pintura clásica y académica, que seguía viviendo de las rentas del manierismo bajo rígidos corsés estéticos que, en su opinión, limitaban la libertad creadora del pintor cada vez con más presión. Como respuesta, proponen retomar la esencia de la pintura gótica y de principios del Renacimiento, pero sólo en cuanto al espíritu, ya que jamás se les pasó por la cabeza renegar de los logros de los grandes genios: la vía clásica estaba agotada y se imponía relanzar la creatividad desde la raíz; aunque eso no conllevaba denostar a sus predecesores, sino sólo a sus coetáneos, que a su juicio perseveraban en repetir con terquedad formulas manidas. Además de sus innovaciones técnicas, dirigidas principalmente a dotar a sus cuadros de mayor luminosidad mediante el empleo de pátinas blancas sobre el dibujo original, sus principales aportaciones a la historia del arte consisten en abrir el camino hacia el hiperrealismo con el olvido de toda jerarquía en la composición y con un cuidado minucioso por los detalles, así como por retomar el empleo de elementos simbólicos hasta unos extremos que no encuentran parangón en toda la historia del arte. Muchas de sus creaciones, como la reproducida en esta imagen, acaban convirtiéndose en auténticos jeroglíficos casi imposibles de descifrar. Es por eso por lo que hoy me veo obligado a plantear muchos más interrogantes que respuestas.
En un primer vistazo, sólo hallamos una escena campestre en la que ocho señoritas, aparentemente pertenecientes a familias acomodadas, han parado a merendar en un huerto de manzanos después de haber pasado la tarde recogiendo flores. Sabemos que corre el mes de abril porque es cuando florecen estos árboles, y no es difícil hallar un primer paralelismo entre la eclosión vegetal y la del cuerpo femenino. Podríamos imaginarnos que el pintor observó la escena durante un paseo, le pareció hermosa por el colorido y por su significado lleno de vida y decidió plasmarla en el lienzo; nos resulta más o menos bonito y nada más: pasemos al siguiente. En este punto es donde se quedaría un espectador extremadamente perezoso y distraído; sin embargo, la cosa va mucho más allá de lo que nos podamos imaginar.
Comencemos por lo obvio: la guadaña apoyada sobre el cercado de piedra parece en realidad estar flotando o a punto de caer sobre la chica de amarillo. A nadie se le puede escapar que se trata de la advertencia de que todos, por muy jóvenes y sanos que nos veamos, estamos sujetos al paso del tiempo y a afrontar la muerte cuando menos lo esperemos. Pero si nos fijamos bien en la postura y en la expresión de la adolescente que nos mira fijamente, es posible que un escalofrío nos recorra la espalda, porque como mínimo nos surgirá la duda de si en realidad no nos hallamos ante un cadáver pálido de ojos desorbitados. Ésa es la sensación que provoca esta figura, si bien viene atenuada por la colocación de sus extremidades derechas, que resultaría muy difícil de sostener en un cuerpo inerte. Millais, por lo tanto, nos presenta un personaje que reúne a la vez características de vida y de muerte. Puede que el artista esté tratando de indicarnos que esa joven va a abandonarnos en poco tiempo, lo cual encajaría con el significado de su vestido amarillo, pues si es cierto que este color suele conllevar connotaciones positivas en la expresión artística, no lo es menos que siempre se ha utilizado para indicar la presencia de epidemias en buques, casas o ciudades enteras. Quizá una clave menor la encontremos en la ramita que parece estar mordiendo, que podría revelarnos que ya ha muerto o va a morir envenenada ―unos años más tarde, Rossetti emplearía un símbolo similar en su “Beata Beatrix”, un retrato póstumo y elegíaco a su mujer y modelo, que falleció de esa misma manera―. En cualquier caso, hemos de ser conscientes de que en las pinturas prerrafaelistas nada figura sin un motivo, y podemos estar completamente seguros de que Millais nos está narrando una historia completa a través de sus pinceles; lo que ocurre es que se las apañó para hacerlo de una manera tan críptica que no se ha logrado descifrar. No es casual que cada mujer porte ropajes de un color distinto, ni tampoco la presencia de determinados tipos de flores en sus cabelleras o dentro de las cestas: Millais era todo un experto en botánica, y durante la época victoriana el lenguaje de las plantas conoció su mayor esplendor, lo cual complica aún más la comprensión del mensaje oculto para todos los que no estamos familiarizados con esos conocimientos. En cualquier caso, voy a tratar de aventurar una teoría sin albergar demasiado convencimiento sobre su viabilidad.
Las flores de manzano son predominantemente blancas, símbolo de pureza, aunque presentan una mancha difusa de color rosáceo. Con esta mácula, el pintor puede estar queriendo expresar la pérdida de la inocencia, bien mediante la menarquía, bien con el quebrantamiento del himen, que es la opción por la que yo me inclino atendiendo a la postura de la protagonista. Por otra parte, existe una clara conexión entre esta muchacha y la del vestido azul, que no sólo permanece pendiente de ella, sino que adorna su pelo con flores amarillas. El azul es el color masculino por excelencia, y en este punto no existe prácticamente controversia. Curiosamente, el mismo tono exacto es el que se reproduce en la corona floral de la joven de negro, que ofrece a la de amarillo una escudilla de contenido desconocido mientras la mira con una expresión ambigua en la que podríamos leer algo de malicia. ¿Qué significa esa especie de palangana llena con un líquido blanquecino que ocupa el centro de la escena? No tengo ni la menor idea; pero si no significara nada, no estaría ahí. Combinémosla con la colocación de las piernas de la supuesta víctima y quizá el resultado nos recuerde a un parto en el que el balde se emplee para recoger la placenta y demás desperdicios sólidos y líquidos. En aquella época no era en absoluto infrecuente que muchas mujeres murieran al dar a luz, y mucho menos si se trataba de adolescentes que aún no habían desarrollado del todo la estructura ósea de sus caderas. (¿Van cuadrando las cosas?) En mi opinión, y en este caso se trata de una mera elucubración fantasiosa, la joven murió por causa de un hombre: o bien falleció al tratar de parir el fruto de su ayuntamiento ―el veneno no sería sino semen―, o bien se suicidó al ser abandonada por su amante en favor de la del vestido negro ―en este caso la escudilla contendría celos mortales―. ¿Es posible que esos ojos oscuros estén tratando desesperadamente de llamar nuestra atención sobre alguna suerte de crimen? Puede ser, pero no olvidemos que nos movemos en un ambiente simbólico, así que es probable que en realidad la sangre no llegase al río y nos hallemos ante una muerte anímica más que física.
Todo apunta a que Millais era un tipo enamorado de sí mismo y solía escribir bastante sobre sus creaciones; pero, desgraciadamente, guardó un silencio absoluto acerca de ésta en concreto durante toda su vida. De algún modo, fue un cuadro maldito para él. Ni siquiera se conoce la identidad de las modelos: es posible que no existieran tales referencias físicas y que el pintor empleara otros apuntes previos para ir dándoles forma; pero lo que no resulta creíble bajo ningún aspecto es que alguien sea capaz de plasmar semejante mirada si no la ha visto con anterioridad en unos ojos bien conocidos. La sociedad victoriana se caracterizaba por su gusto por la discreción y las apariencias, y gracias a escritores de la época, como Dickens, sabemos que no acarreaba demasiadas complicaciones ocultar a los ojos públicos todo tipo de vergüenzas y miserias. Esto me lleva a plantearme si no será un tributo expiatorio del propio artista lo que realmente estamos contemplando.
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