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Rothko derrota a la estupidez

Tate staff pose with the restored Mark Rothko artwork "Black on Maroon, 1958" at the Tate Modern in London

Cada vez que me encuentro delante de un monumento célebre me invade un profundo sentimiento de incredulidad. Imagino que es debido a que, por motivos que no vienen al caso, no pude empezar a viajar en serio hasta casi acabada mi veintena. Por eso, Nôtre Dame, Westminster o el Panteón de Agripa participaban en mi cabeza de la misma naturaleza feérica que los mares de la Luna, así que cuando daba con ellos y comprobaba que realmente existían, creía estar soñando. Lo mismo me ocurre cada vez que me topo con algún cuadro admirado en fotografías y se me permite contemplarlo en vivo con la misma libertad y cercanía que me concedo a mí mismo con los que tengo en mi casa. Sólo después de abandonar el museo es cuando me sorprendo pensando que, si me hubiese dado la gana, habría podido destruir prácticamente cualquier obra maestra del arte universal sin demasiada dificultad.

En realidad, y por lo que yo he observado, tan sólo pinturas como “La Gioconda”, que últimamente transcienden el interés artístico hacia campos algo menos intelectuales, gozan de ciertas medidas de seguridad en prevención de destrozos, y creo que, a partir de ese dato, he dado con la clave de por qué no se protegen más la inmensa mayoría de los lienzos: existe un pacto no escrito de confianza mutua entre el exhibidor y el espectador. El museo garantiza que la obra que expone es la original y el visitante se compromete a disfrutar de ella sin violencia porque, sencilla y complejamente, la admira y la ama. El poseedor tan sólo rompe este compromiso cuando sospecha que una determinada pieza podría congregar a su alrededor a personas sin sensibilidad y con motivaciones estúpidas.

Por eso me sentó como un tiro la acción de un determinado sujeto que, en 2012, armado con un rotulador indeleble, pintarrajeó el cuadro de Rothko “Negro sobre marrón” en la Tate Modern Gallery, porque lo consideré como una traición injustificable a ese acuerdo tácito, y además perpetrada desde mi parte, desde la del espectador. No es que Rotho se encuentre entre mis veinte pintores favoritos; pero me gusta, me gusta mucho. Y, sobre todo, lo respeto porque, independientemente de preferencias o concepciones artísticas, reconozco su calidad. Hay otros pintores a los que no se la reconozco y a los que simplemente respeto porque me cabe la duda de estar equivocado en mi juicio, aunque me pareciera un acto de justicia devolver sus obras al estudio de donde nunca debieron haber salido. Ése es el motivo por el que lo que más me subleva de este caso es que el criminal, para más inri, se declara admirador de Rothko.

El tipo en cuestión, cuyo nombre no pienso mencionar, se declara cofundador de no sé qué nuevo movimiento artístico y, por lo tanto, artista en sí mismo. Es decir, para él su fechoría fue una obra de arte. Supongo que se considera un iconoclasta o algo así. Lo más triste del asunto es que debe de tener un montón de borregos analfabetos que le ríen las gracias en las redes sociales, y lo cierto es que, viendo lo que veo cada día por esos campos, no me extraña en absoluto. Destrozar obras de otros creadores no puede ser considerado arte en ningún caso, y esto es así por el mismo motivo por el que a Duchamp no se le pasó por la cabeza plantarle los bigotes a la Mola Lisa auténtica, sino a una reproducción barata.

El cuadro de Rothko volvió a ser colgado anteayer donde le corresponde, después de dieciocho meses de restauración complicadísima y sorprendentemente exitosa. El diario británico The Guardian ―que, por algún extraño motivo, es el medio favorito de ese convicto― presta sus páginas al agresor para publicar una manifestación de arrepentimiento en la que deja bien claro que, si bien reconoce que cometió “un error”, no ha movido ni una sola brizna del serrín de su sesera. Por lo menos, el periódico se cuida de advertir que no se le ha pagado un duro a tan insigne articulista. Si a alguien, por algún motivo relacionado con la psiquiatría criminal o algo así, le interesa leerlo, ahí deposito el enlace:

http://www.theguardian.com/commentisfree/2014/may/15/vandalising-rothko-yellowism-black-on-maroon-tate-modern?CMP=fb_gu

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