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“Autorretrato con esposa y modelos”, de Helmut Newton (1981).


“Nunca sé qué tipo de mujer me gusta hasta que la encuentro.”

A menudo se califica a Helmut Newton como un realista simbolista, pero de una manera por completo desconsiderada, porque a él siempre le irritaron profundamente las etiquetas. En realidad, al leer algunas de las muchas entrevistas que concedió a desgana, uno saca la impresión de que se trataba de un hombre al que no resultaba nada difícil irritar. En cualquier caso, a la vista de las preguntas que se le solían formular, creo que yo también me habría sentido ofendido si calzara sus zapatos.

Newton no era un realista simbolista ni nada que suene parecido: era un simple trabajador amante de la belleza de la mujer; y no de cualquier mujer. Mediante el reflejo de poses estudiadas y generalmente inexpresivas, pretendía exaltar el cuerpo femenino en sí mismo, como si en realidad estuviese jugando con muñecas y sin pararse a pensar en la personalidad que da vida a la masa de carne retratada: para Newton, la única personalidad que importa en sus posados es la suya propia. Fotografiaba mujeres como quien come fresas: unas te vuelven loco y otras desearías no habértelas metido nunca en la boca. Decía utilizar a sus modelos como piezas de ajedrez, llegando al extremo de emplear maniquíes para su serie “Dummies” (1977) ―realizada por encargo de las revistas Vogue y Oui―.

Durante muchos años, este enfoque carnal le valió ataques furibundos por parte de feministas radicales ―del mismo tipo de las que hoy emplean algunas de sus fotos como símbolo de liberación, por cierto―, y una de ellas ―al parecer, muy popular en Alemania― llegó a tacharle de “pornógrafo misógino vendido a la propaganda fascista, racista y sexista”. Sin embargo, no parece que estos desprecios causaran gran mella en su ánimo:

Me pueden llamar como quieran, eso no ha cambiado mi estilo. Ciertamente las mujeres ocupan un lugar preponderante en mi obra, tanto en desnudos como en retratos. Creo que sólo he hecho un desnudo masculino, el del actor Helmut Berger, y también fotografías de mí mismo.

Esta actitud condescendiente no es de extrañar, en primer lugar porque tuvo que escuchar de todo a lo largo de su carrera; y además porque, por haber nacido judío, se vio obligado a abandonar su Berlín natal justo a tiempo: en 1938 y con tan sólo dieciocho años de edad. En este sentido, una de las cosas que más llama la atención de su trabajo es su predilección por retratar a los personajes que él denominaba “infames”. Así, de entre la multitud de personas conocidas que fotografió a lo largo de su vida, solía mostrarse especialmente orgulloso de los retratos de Jean Marie Le Pen y de Kurt Waldheim. Siempre afirmó que el juego fotógrafo-modelo debía basarse en una seducción; pero no en el sentido tópico de la modelo embaucando a la cámara, sino que, según él, debía ser el fotógrafo el que, mediante el empleo de grandes dosis de psicología, consiguiera que el retratado se abandonara plenamente a sus deseos: sólo así podían lograrse instantáneas dotadas de verdadera química. No es de extrañar, por lo tanto, que considerara un verdadero triunfo de prostituta el haber sido capaz de contener sus náuseas ante presencias tan repugnantes; porque si una cosa se molestó en dejar bien clara a lo largo de su vida fue que él no se consideraba un artista, sino un fotógrafo profesional. Él sólo fotografiaba lo que se le ordenaba por quien pagaba; y si nadie se mostraba dispuesto a pagarle, fotografiaba para sí mismo, sin reparar en el impacto que su obra pudiera causar en un público eventual. De este modo, en varias ocasiones lamentó no haber tenido la oportunidad de afrontar la prueba definitiva de su objetividad profesional: retratar a Hitler. Sin embargo, la realidad tiene la maldita costumbre de filtrarse hasta entre los ladrillos, y en el caso de “Autorretrato con esposa y modelos” ha sido el propio artista apócrifo el que le ha abierto la puerta de par en par:

Por la puerta abierta se distingue la plaza Bourbon, con todos sus coches mal aparcados. Mi mujer, sentada en la silla, observa la escena con expresión escéptica. En el espejo salimos reflejados las dos modelos posando y yo mismo con una vieja cámara Rolleiflex.

Así, con sencillez y escueta frialdad, describió él mismo la fotografía que estamos viendo. Como muestra de su filosofía laboral, resulta muy significativo que mencionase a las dos modelos sin agregar ningún matiz, cuando lo cierto es que a una de ellas tan sólo se le ven parte de las piernas ―acentuadas, eso sí, por unos tacones capaces de hacerle entrar en órbita a poco que salte―. Nótese también que dice “una vieja cámara Rolleiflex” y no “mi vieja cámara Rolleiflex”. Por lo tanto, no se trataba de la legendaria Leica de Capa ni de la Lucille de B. B. King, ni siquiera del balón de Butragueño: Helmut Newton no era uno de esos artistas que se acuestan con su instrumento de trabajo, o al menos no mantenía con él una relación de monogamia. ¿Acaso puede un labrador sentir algún tipo de afecto por su azada? Supongo que sólo si le ha costado mucho dinero adquirirla.

Newton afirmó que ésta era una de sus fotografías favoritas, pero no porque se sintiera especialmente orgulloso de su factura, que puede que sí, sino porque aparece repleta de símbolos privados y de elementos que despertaban en él recuerdos muy especiales. Evidentemente, no podemos entrar en la cabeza de los muertos para averiguar a qué se estaba refiriendo, y además sería un poco absurdo, porque si nos fijamos, en la foto realmente figuran muy pocos elementos: apenas un par de decenas, y es muy probable que la mayoría de ellos tan sólo estuvieran allí casualmente. Es de suponer que cuando Newton apretó el disparador no estaba pensando en sacar una foto de recuerdo para su álbum personal, pero probablemente tampoco deseaba enviar un mensaje claro a un espectador cuya existencia en realidad no reconocía. Por lo general, su trabajo por encargo para revistas de moda y agencias de publicidad suele contener símbolos bastante evidentes y fácilmente comprensibles. Así, el mundo que refleja en sus fotografías ha sido calificado en numerosas ocasiones como irreal o más propio de los sueños ―de los sueños de un varón heterosexual o de una lesbiana, se entiende: precisamente, una de sus obras más celebradas es el libro que lleva por título “Un mundo sin hombres” (1984), que para el fotógrafo significaba “un mundo sin competencia”, porque sin duda él no pensaba perderse semejante utopía―. Sin embargo, Newton siempre se revolvió contra ese cliché onírico, afirmando con su habitual aspereza que los sueños son de las pocas cosas en las que jamás se inspiró.

Aunque la composición de “Autorretrato con esposa y modelos” es claramente fotográfica ―con su punto de fuga diagonal incluido, que en este caso hasta viene señalado con el letrero de salida―, Newton adopta el clásico recurso pictórico del juego de espejos con el que van Eyck, Velázquez, Goya o Manet se divirtieron de lo lindo. El artista emplea aquí el reflejo para autorretratarse trabajando, y aunque el título de autorretrato nos lleve a determinar que realmente es él mismo el motivo de la obra, no es menos cierto que aparece empequeñecido ante lo que le rodea, en posición sumisa y ocultando su rostro. Por lo tanto, el autorretrato no se limita a la estricta figura del creador, sino que abarca el encuadre en su integridad: su profesión, su esposa, preciosas mujeres que sólo son personas hasta que comienzan a posar y simple material de trabajo después… Todo esto no es su propio yo, sino el microcosmos en el que él se siente a gusto. Así, la amenaza de la sortie nos indica que además existe todo un inmenso universo exterior al que más pronto o más tarde deberá enfrentarse, un universo que le importa un comino mientras se dedica a lo que le gusta, y un universo repleto de gente desconocida y perfectamente sustituible entre sí, como simboliza la silueta que se adivina a través de la ventanilla del coche que circulaba por la calle en aquel momento. ¿Importaba lo más mínimo que esa silueta perteneciera a un ser humano, a un mono sabio o a Lucifer encarnado? Me temo que no: allí tuvo la suerte de aparecer durante una fracción de segundo que le ha catapultado a la posteridad, y ni él mismo lo sabe.

Dentro de esa pequeña matriz protectora que significaba para Newton el estudio de Vogue, se encuentra acompañado de sus dos amores: el primero, la fotografía; el segundo, su mujer: June Newton, nacida June Browne, también conocida como la actriz de teatro June Brunell y como la fotógrafa Alice Springs. Ella misma narró que en el momento de pedirle matrimonio Helmut le advirtió de que en su vida ya existía una pasión acaparadora, y que si decidía aventurarse a aceptar su propuesta, a ella no le correspondería sino el segundo lugar. June aceptó gustosa y parece que acertó en su apuesta, porque su matrimonio tan sólo se rompería mortis causa cincuenta y seis años más tarde. Como no podría haber sido de otra manera, ambos se fotografiaron mutuamente en numerosísimas ocasiones, de suerte que June sabía perfectamente lo que significaba ser la modelo de Helmut.

Él la conocería mejor, desde luego, pero yo no aprecio una mirada escéptica en el rostro de June, sino más bien una expresión melancólica o evocadora no exenta de amor. Si las cuentas no me fallan, en aquel momento June había sobrevivido a cincuenta y ocho años y Helmut a sesenta y uno ―sin embargo, la pose de éste último resulta mucho más enérgica y juvenil que la de su esposa, probablemente porque ella era la única en la escena que no sabía que estaba siendo fotografiada―. Es posible que por un momento June se diera cuenta de que habían pasado los días en los que podía permitirse posar para su marido con culo indolente; o quizá no: es incluso más probable que lo hubiese ido asumiendo con naturalidad y esto ya no representase ningún conflicto para ella. Quizá esté pensando en el destino dramático que le aguarda al cuerpo de la modelo a la vuelta de dos o tres escasos lustros, o puede que simplemente se trate de una de esas miradas de admiración y cariño plácido que resulta imposible disimular. De ser cierta la teoría del autor de la instantánea, lo que realmente estaba pensando June era “no está encuadrando bien y le tiembla el pulso: así no vamos a ninguna parte, joder”; pero en casos como éste lo más seguro es que la opinión del compañero vital sea la menos autorizada de todas las posibles, por estar demasiado contaminada por la costumbre y por los sobreentendidos. Si alguna vez se le ocurrió preguntarle a su mujer en qué estaba pensando en aquel momento, no quiso revelárnoslo.

Aunque Newton jamás ofreció una explicación clara acerca de la foto ―en realidad, creo que nadie se la pidió nunca en público―, guiándonos por la identidad de la modelo, por su escorzo y por la fecha en que fue tomada, es posible que se tratara de un simple estudio para “Sie komen!” (1981), seguramente su obra más famosa. Sin embargo, esto parece descartable si hemos de hacer caso a su aseveración de que él trucaba las fotos antes de tomarlas, jamás en el revelado ―nunca empleó una cámara digital, por ejemplo, a pesar de que su utilización se hizo la norma durante la última etapa de su carrera―, de modo que el resultado ya tenía que estar suficientemente previsto antes de apretar el disparador. Ése era precisamente uno de los argumentos en los que se basaba para negar su condición de artista y reafirmar la de profesional de la fotografía: el artista puede manipular los negativos tanto como quiera ―de hecho, es su deber―; el profesional de la fotografía no. Al igual que Baudelaire consideraba que el verdadero escritor sabe lo que va a escribir antes de tomar la pluma y, en consecuencia, no precisa de revisión alguna, Newton estimaba que un negativo no podía contener errores. ¿Es entonces que compuso la escena con el único fin de calibrar una balanza entre un cuerpo escultural y el amor de su vida? Imposible, demasiado tópico y facilón. Más bien me quedo con mi teoría acerca de la gran matriz protectora en forma de belleza parlante. En todo caso, siempre nos quedará por descubrir el mayor enigma de la foto: ¿por qué no se ha quitado la gabardina? Los senos de la modelo evidencian que no hacía demasiado frío en el estudio… ¿El maestro había llegado tarde al trabajo, quizá? ¿A ese reproche responde realmente la expresión de June? Hagan sus apuestas.



Recomendaciones: Helmut Newton fue un artista muy prolífico y con un gran éxito comercial, de modo que el mercado editorial está repleto de libros acerca de su trabajo. Actualmente, quizá destaque la reedición de «SUMO» lanzada recientemente por Taschen en colaboración con la propia June. Se trata de un libro de gran formato, con una cuidada edición, que prácticamente supone un repaso antológico a la obra del fotógrafo. Su precio ronda los 100 euros; pero, teniendo en cuenta que se trata de una reproducción casi exacta del volumen original, subastado en 2000 por 317.000 euros ―es el libro más caro del siglo XX―, no parece una cifra desorbitada.

También recientemente, La Fábrica ha lanzado una recopilación bastante interesante de los retratos a personajes célebres realizados por Newton. Se trata de una faceta de su trabajo que quizá haya permanecido siempre a la sombra de sus fotografías eróticas o de moda, pero a las que no desmerece en absoluto en cuanto a calidad artística.

Igualmente interesante es su Autobiografía, lanzada en castellano en 2004 por la editorial RM.



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