
Gracias a este cuadro, Grant Wood ganó el concurso anual del Art Institute de Chicago, lo que le reportó un premio de 3.000 dólares y el privilegio de verlo colgado en las salas del museo, donde permanece hoy en día. Desde entonces, “Gótico americano” ―también conocido en ocasiones como “Gótico norteamericano” y “Gótico estadounidense”― se ha convertido en una de las obras de arte más caricaturizadas, homenajeadas y versionadas de la historia. Debido a la originalidad del lienzo, y al contrario de lo que suele ser habitual en este tipo de certámenes, la noticia saltó a las primeras planas de los periódicos y se difundió rápidamente por todo el país. Acababa de comenzar la Gran Depresión, y los articulistas de ambas costas de los Estados Unidos, todavía conmocionados por el desastre, se mostraban incapaces de determinar las causas del crack bursátil y se lanzaban a emitir ejercicios de autocrítica indiscriminada a modo de palos de ciego. Así, una gran mayoría de ellos interpretó “Gótico americano” como una alegoría genial de la estrechez de miras del estadounidense medio y como una representación gráfica de lo que ellos trataban de expresar con palabras. A muchos habitantes del Medio Oeste, por el contrario, no les hizo tanta gracia el cuadrito, y comenzaron a llover cartas de queja ante lo que consideraban un insulto directo a su modo de vida.
De carácter muy tranquilo e introvertido, el propio artista tuvo que salir a declarar que no había en su pintura ni la más mínima intención peyorativa, sino que en realidad se trataba de un homenaje a los hombres sencillos que, soportando penurias y enfrentándose a todo tipo de peligros, habían logrado construir un país enorme a base de esfuerzo. Lo cierto es que las palabras de Wood probablemente vinieran condicionadas por una reacción pública que no se esperaba en absoluto, y que lo que en realidad pretendiese con ellas no fuese sino reparar lo que había sido un claro caso de aberratio ictus: sí que existía ánimo burlesco, pero no estaba precisamente dirigido a los granjeros del Medio Oeste.
La verdad es que no habría tenido ningún sentido que Grant DeVolson Wood tratase de ofender a la gente del campo, porque él mismo nació el 13 de febrero de 1891 en una granja aislada en medio de la Iowa más rural ―la población más cercana a la propiedad de su familia era un pueblo llamado Anamosa, que en la actualidad apenas supera los 5.000 habitantes―. Su padre murió cuando él acababa de cumplir 10 años, y su madre, incapaz de llevar la granja sin ayuda, trasladó a la familia a Cedar Rapids, la segunda ciudad más grande del estado ―lo cual tampoco supone decir mucho en términos de cosmopolitismo: en aquel entonces no debían de vivir en ella más de 40.000 personas―. Allí se graduó en la que entonces era la única high school de la localidad, y parece ser que ni siquiera se planteó la opción de matricularse en alguna universidad, seguramente por falta de medios. En su lugar, optó por acudir a la Handicraft Guild, una autoproclamada escuela de arte en Minneapolis que, en realidad, y como su propio nombre indica ―“gremio de la artesanía”―, se limitaba a formar artesanos de objetos decorativos. Su peculiaridad e importancia no reside en sus discípulos ilustres, entre los que Wood es prácticamente el único nombre notable, sino en el hecho de que fue una iniciativa enteramente impulsada por mujeres, de manera prácticamente altruista y con el fin de proporcionar un centro formativo igualitario a jóvenes humildes de ambos sexos. Fundada en 1904, su espíritu fue rápidamente imitado a lo largo de todo el país, a pesar de que en 1918 tuvo que cerrar sus puertas por falta de fondos. Hoy en día, su memoria constituye un motivo de orgullo local para los minneapolitanos, hasta el punto de que hace pocos años se ha logrado reabrir a base de dinero público y colectas.
Salvo por algunas lecciones que tomaría en París años más tarde, Wood fue un pintor autodidacta que descubrió su vocación siendo muy niño, gracias a los palitos quemados que su madre le daba para que se entretuviera haciendo borratajos. Los únicos conocimientos pictóricos que extrajo de la Handicraft Guild se limitaban al empleo de los pigmentos necesarios para decorar objetos de piedra o de metal. Tras pasar una corta temporada como maestro rural en Iowa, logró matricularse en la Escuela de Bellas Artes del Art Institute de Chicago, donde curiosamente tampoco estudió dibujo y pintura, sino platería. Su práctica a la hora de colorear metales quizá no le ayudase demasiado en el desarrollo de su carrera; pero sí que le proporcionó una Primera Guerra Mundial algo más tranquila de lo normal, puesto que fue destinado en retaguardia para pintar el camuflaje de cañones y carros de combate.