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Bette Davis: historia de una mirada (III)

Bette Davis uñas

Este artículo es la continuación de “Bette Davis: historia de una mirada (II)”.

Según se supo más tarde, Bette Davis había estado empleando la Hollywood Canteen como una cantera de amantes jóvenes con los que paliar su soledad ―aunque, evidentemente, no era ése el principal motivo de su interés por la iniciativa―, por lo que su cierre tras la victoria aumentó un poco más su amargura. Ya no cabía duda de que había comenzado una cuesta abajo en su carrera y en su vida personal, aunque ni ella misma podría haber llegado a imaginar que fuese a resultar tan dura y precipitada. A principios de 1945, cometió un grave error fundando su propia productora: B. D. Inc. No se trató de un error comercial, ni mucho menos, pero sí personal. Bette había llegado a un acuerdo con Jack Warner para coproducir cinco películas; sin embargo, nunca pasaron de la primera: “Una vida robada” (Curis Bernhardt, 1946). La actriz no sólo pretendía tener una mayor participación en los beneficios que siempre generaban los largometrajes en los que participaba, sino también aumentar su libertad artística impulsando ella misma sus propios proyectos. Ambos objetivos se cumplieron en esta primera y única ocasión; pero a cambio de un gran coste físico. Bette no calculó bien el esfuerzo que requerían las numerosas funciones de un productor y, víctima de la fatiga, reaparecieron sus problemas de salud con más fuerza que nunca. La calidad de su interpretación se resintió mucho, y aunque el público reaccionó favorablemente, su actuación recibió críticas muy duras por parte de la prensa especializada, que en gran parte estaba esperando una oportunidad como ésta para cargar contra ella.

Nada más terminar el rodaje, Bette Davis se tomó unas largas vacaciones para intentar recuperarse un poco, tanto física como moralmente. Las críticas recibidas y un par de rechazos por parte de sendos amantes, que cada vez eran más jóvenes que ella, hicieron que entrase en una crisis de autoestima bastante pronunciada. Había dejado de sentirse sexualmente atractiva, e incluso comenzaba a dudar de que realmente tuviese talento para la interpretación: quizá su éxito tan sólo se había debido hasta entonces a su lozanía perdida. Probablemente fruto de esta vulnerabilidad, fue seducida por un marinero con pinta de gigoló con el que no tardaría ni un mes en casarse. William Grant Sherry, que así se llamaba, tenía siete años menos que ella y se le presentó en una fiesta como pintor en ciernes. Según él, acababa de firmar un contrato con una galería de Nueva York; aunque había sido boxeador profesional hasta que comenzó la guerra. Además, había estudiado Medicina y, aunque no había terminado la carrera, escribía artículos para una revista sobre cirugía y era muy buen fisioterapeuta. Por supuesto, también había sido herido en batalla, aunque las secuelas no eran visibles y se reducían a la pérdida de un oído. Todo aquello podía ser cierto, falso o una verdad a medias; pero lo que desde luego no cabía en cabeza humana era que Sherry no supiese con quién estaba ligando. En cualquier caso, así lo ha sostenido él durante toda su vida:

Siempre me gustaron las mujeres mayores que yo, porque eran más maduras y lo pasaba mejor a su lado que con las chicas de mi edad. Con Bette fue una especie de gravitación mutua: nos vimos allí y fuimos acercándonos el uno al otro. Cuando le pregunté: ‘¿A qué te dedicas?’, y ella me contestó que era actriz, pensé que probablemente trabajase en alguna pequeña compañía de teatro local. No me especificó que fuese una estrella del cine y, desde luego, tampoco daba esa imagen. En realidad, no supe quién era hasta después de la boda.

Bette Davis bodaAquel dato fue el que puso en alerta a la madre y a la hermana de Bette cuando ésta les anunció su próximo enlace. Rápidamente, contrataron a un equipo de detectives privados que, en menos de una semana, presentó un informe supuestamente demoledor sobre Sherry ―se desconoce su contenido―. Había pocas cosas que le molestaran tanto a la estrella como que trataran de meterse en su vida, de modo que haciendo gala una vez más de su carácter indomable, no sólo se negó en redondo a leerlo, sino que adelantó aún más la fecha del enlace.

Tras una accidentada luna de miel en Méjico, en la que Sherry por fin comprendió quién era su esposa cuando su coche se averió en medio del desierto y toda una columna del Ejército mejicano acudió a rescatarlos, el matrimonio compró una casa en Toluca Lake, un pequeño y lujoso suburbio de Los Ángeles. Aunque a Bette aún le quedaban un par de meses de vacaciones, eso no significaba que no tuviese que dejarse ver por las fiestas de Hollywood ―en una de las cuales, al parecer, se produjo el segundo roce serio entre ella y Joan Crawford, cuando ésta trató de seducir a su flamante tercer marido entrándole con la misma sutileza que un defensa central argentino―. Cuando llegó el momento de reincorporarse al trabajo de verdad, fue para reencontrarse con Irving Rapper y con Claude Rains en “Engaño” (1946).

Bette Davis engañoYa el primer día de rodaje, Bette pudo comprobar que las cosas habían cambiado mucho en aquellos meses: Rapper había recibido un espaldarazo de autoridad por parte de Jack Warner y no estaba dispuesto a tolerarle ni media injerencia en su labor de dirección, y Rains ―que aunque había vuelto a hablarle, seguía mostrándose muy distante con ella― se hallaba en la cresta de la ola de su popularidad tras el éxito de “Casablanca” y sus secuelas, por lo que ahora era él el que acaparaba la atención de la prensa. Bette se desmoralizó por completo y volvió a sufrir problemas respiratorios, lo que, unido a un accidente de coche que la dejó llena de magulladuras, motivó que la producción se retrasase mucho y que hubiese que eliminar algunas de sus escenas. El resultado fue uno de los peores papeles de su vida y un desastre en la taquilla: su primer fracaso tras cuarenta y nueve películas consecutivas con beneficios. Por si fuera poco, la crítica ni siquiera se molestó en machacarla a conciencia, limitándose a despachar el asunto con dos o tres líneas no precisamente halagadoras. La caída estaba siendo tan alarmante que, por primera vez, Warner comenzó a plantearse si realmente eran rentables los cerca de 12.000 dólares semanales que en aquel momento le estaba pagando por tenerla en la plantilla ―por aquel entonces Bette Davis era la mujer mejor pagada de los Estados Unidos, en cualquier profesión―. Aunque parece ser que el directivo nunca llegó a confesarle sus dudas de manera explícita, no cabe duda de que Bette se lo imaginaba. Sin embargo, consiguió mantenerse en la compañía anunciando que estaba embarazada y pidiendo que el contrato se suspendiera durante los meses de gestación, dado que los médicos le habían advertido de las altas posibilidades que tenía de sufrir otro aborto si no guardaba reposo. Warner consideró que aquélla podía ser una buena solución transitoria, de modo que accedió y, por primera vez en quince años, pudo quitársela de la cabeza durante una temporada.

Bette Davis bautizoEl 1 de mayo de 1947, con 39 años recién cumplidos, la actriz daba a luz a Barbara Davis Sherry ―a la que todo el mundo llamaría BD―, su primera hija, con quien nunca mantendría una relación demasiado agradable. Según relata Sherry, a los pocos días de amamantarla y tras unos meses muy tranquilos, Bette se levantó un día completamente transformada y proclamando que ella era Bette Davis, la Reina de Hollywood, y no una vaca lechera, así que telefoneó a Warner y le pidió que le buscase una nueva película de inmediato ―probablemente ése fue el día en el que el productor volvió a fumar―. Como parece que tardaba más de 24 horas en hacerlo, fue la propia Bette la que se presentó en su despacho exigiendo protagonizar un proyecto llamado “Mrs. Lincoln”, en el que ella hubiese encarnado a la esposa del presidente. Warner lo valoró durante unos días, pero finalmente lo descartó por considerarlo demasiado arriesgado: toda película de época requiere de unos costes que quizá ya no podrían recuperarse simplemente colocando el nombre de Bette Davis en el cartel.

Bette Davis bdA ése le siguieron otros varios proyectos frustrados, lo cual fue haciendo crecer la ansiedad de Bette, hasta el punto de que llegó a unir sus fuerzas con Joan Crawford ―que, a pesar de su grandiosa Mildred Pierce en “Alma en suplicio” (Michael Curtiz, 1945), con la que ganó su único Oscar, también se estaba viendo en apuros para conseguir buenos papeles― para presentarle a Warner un proyecto común que también sería rechazado, aunque posteriormente se convertiría en “Sin remisión” (John Cromwell, 1950) y se rodaría sin la participación de ninguna de las dos. Warner trató de contentar a Davis ofreciéndole participar en “Encuentro invernal” (1948), una producción de bajo coste con tan mala pinta que Burt Lancaster ya había rechazado encarnar al protagonista masculino. No obstante, Bette aceptó. Ambos sabían de sobra que no se hallaba en condiciones de poner ninguna pega; sin embargo, ella todavía estaba muy lejos de tener que reconocer tal cosa, de modo que justificó su anuencia mostrándose ilusionada por trabajar con Bretaigne Windust, un director de teatro francés que daba su salto al cine tras haberse metido a todo Broadway en el bolsillo. De algún modo, para ella suponía reencontrarse con los métodos de trabajo de su juventud, y lo cierto es que la cosa comenzó muy bien. Windust se presentó en su casa y poco menos que se puso a sus pies, asegurándole que la consideraba la mejor actriz del mundo y que no sólo conseguiría reverdecer su nombre, sino que lograría sacar de ella facetas interpretativas hasta entonces nunca vistas. No obstante, pronto quedó claro que todo respondía a un plan de Warner para tratar de reconvertir su imagen en la de una especie de jovencita lánguida. Por supuesto, Bette no estaba dispuesta a pasar por aquello: bastante le había costando ir asumiendo la edad que tenía como para, de buenas a primeras, verse presa de una caracterización que le resultaba grotesca. Acabó a tortas con el francés y trató de que Warner le sustituyera por cualquier otro director, pero todo fue inútil. Finalmente, la película supuso unas pérdidas millonarias para el estudio, y el crítico del New York Times, que por aquel entonces era el prestigioso Bisley Crowther, se descolgó con un artículo mordaz que no tenía nada que ver con su línea habitual de análisis académico:

De todos los penosos dilemas que la señora Davis ha tenido que dirimir durante sus muchos años de sufrimiento fílmico, éste es probablemente el peor. Y lo es porque no le ofrece salvación. Como solterona neurótica que se enamora de un héroe de la Marina cuya gran vocación, revelada a última hora, es ordenarse sacerdote, no le queda otro recurso que mandar al joven amado hacia su destino. Y lo hace con una angustia tan despaciosa que nos resulta interminable.

Esa crítica hizo mucho daño a Bette Davis; aunque basta leerla con atención para darse cuenta de que lo que en realidad se dice en ella es que no se le están dando papeles a su medida. Evidentemente, y aunque su actuación también influyera, el ritmo de un film es responsabilidad exclusiva del director; pero Windust no se dio por aludido. En lugar de eso, y a pesar de que las cosas no podían haber salido peor entre ellos, convenció a Bette para darse mutuamente una nueva oportunidad. “La novia de junio” (1948) fue una comedia relativamente barata y sin demasiadas pretensiones que, no obstante, supuso un cierto repunte para ambas carreras y la recuperación en taquilla de la mitad de las pérdidas provocadas por “Encuentro invernal”. Bette Davis recobró también parte de su imagen de mujer de ordeno y mando, y además el largometraje sirvió para darle algo de aire a la carrera agonizante de Robert Montgomery y para que Debbie Reynolds debutase en la pantalla con un papel muy breve. El éxito discreto de la cinta, que en cierto modo recordaba a la dinámica de sus primeras películas, hizo que Jack Warner accediese a renovar el contrato de Bette una vez más, incluso con una pequeña subida monetaria, si bien se eliminaba prácticamente por completo su libertad a la hora de elegir los guiones y se establecía como causa de resolución el que rechazase alguno de los que se le propusieran.

Bette Davis june brideAliviada por haber vuelto a probar una cucharadita de éxito y con la moral más alta, Bette Davis aceptó firmar el contrato sin pensárselo demasiado. No obstante, sus consecuencias no tardarían en demostrarse desastrosas cuando recibió el primer guión impuesto por el estudio. Se trataba de “Más allá del bosque” (1949), una buena historia, algo sórdida, que iba a ser dirigida por un King Vidor en lo más alto de su prestigio. El guión giraba alrededor de una jovencita fogosa casada con un viejo repulsivo. A la actriz se le debió de caer el libreto de las manos en cuanto comenzó a leerlo. Desde luego, ella ya no era ninguna jovencita fogosa; pero en qué cabeza cabía que un Joseph Cotten de 42 años pudiese interpretar a un viejo repulsivo… ―“¡Joseph, ese ser adorable! ¿Qué mujer en su sano juicio pensaría en abandonarlo?”, escribió en sus memorias―. Bette acudió rápidamente a hablar con Warner para tratar de hacerle recapacitar. Con lágrimas en los ojos, le intentó convencer de que interpretar aquel personaje equivalía a su suicidio profesional; pero el productor no se dejó amilanar y la remitió directamente a Vidor. Éste le explicó que no tenía por qué preocuparse, que era perfectamente consciente de las dificultades que entrañaba la historia, pero que sabía cómo adaptarla a sus actores; además, le dio un argumento de peso: había estado dudando entre Joan Crawford y ella y la había elegido a ella. Por otra parte, el anuncio de que Max Steiner compondría la banda sonora acabó de calmarla: lo cierto es que no podía haber más calidad en el cartel. Sin embargo, esa tranquilidad se esfumó por completo en cuanto el primer día de rodaje le pusieron más carmín que a una cocotte, le plantaron una peluca negra y la vistieron de palurda. Se encontraba fea e incómoda, y eso ya le generó bastante inseguridad; pero el colmo llegó cuando en pocos días fue comprobando cómo Vidor parecía haber dejado de confiar en el largometraje y no hacía nada por parar el ridículo tono folletinesco que iba invadiéndolo todo. Como siempre había hecho, Bette trató de reconducir la situación proponiendo cambios en el guión; pero Vidor era lo suficientemente grande como para no dejarse engatusar. Muy pronto quedó claro que lo único que pretendía el director era acabar con aquello cuanto antes y pasar página; pero ella sabía que aquella película era crucial en su carrera, y que si permitía que la página pasase sin más, era muy probable que en el envés se encontrase con la contraportada del libro. Comenzaron entonces las rabietas, las enfermedades ―reales y fingidas― y las rebeldías. A Vidor le daba igual, porque se las apañaba para seguir rodando sin ella; pero Jack Warner estaba más que harto de su estrellita en declive. Las discusiones a gritos entre ambos empezaron a ser diarias, hasta que en una de ellas Bette le retó a rescindir su contrato si tan hasta las narices le tenía. Warner aceptó sin rechistar y se hizo el silencio entre ambos.

Dos días más tarde, Bette Davis terminaba su último día de trabajo para la Warner grabando una escena cuya frase final era “Aquí ya no aguanto más”, otra irónica casualidad. Pasó el resto de la jornada recorriendo las dependencias del estudio para despedirse de todo el personal, y después, allí mismo, asistió a una pequeña fiesta que le habían organizado Henry Blanke y unos cuantos de esos técnicos a los que apreciaba sinceramente y a los que había favorecido cada vez que había podido. La reunión se prolongó hasta el amanecer y, a decir por los que lo vieron, abandonó el edificio por última vez dando tumbos y llorando como una Magdalena.

Bette Davis beyondSeguramente fueron lágrimas de nostalgia, pero no de desesperación. Bette Davis creía que, lejos de suponer un golpe para su carrera, aquel despido iba a tener el efecto de una poda que la hiciese crecer con más fuerza. Era consciente de que su reinado indiscutible había terminado, pero seguía manteniendo una gran popularidad, por lo que imaginó que los estudios se pelearían por contar con ella. No fue así: los estudios tampoco eran los mismos. El negocio del cine estaba en plena crisis, en el sentido literal de la palabra. Ya no era el único entretenimiento al que podían recurrir las clases medias, las legislaciones antitrust y en defensa de la competencia les habían arrebatado una gran parte del mercado, los tribunales habían comenzado a fallar a favor de los actores en juicios muy parecidos al que en su día ella había sostenido contra la Warner, la caza de brujas empezaba a manifestarse en toda su crudeza, la televisión caminaba hacia su edad de oro y desde Europa y Japón llegaban propuestas estéticas y narrativas que hacían dudar a los grandes directores de Hollywood de su propia calidad artística. La sociedad también estaba cambiando. A pesar de no haber recibido ningún ataque en suelo continental, casi todas las familias estadounidenses tenían uno o varios muertos o mutilados; por otra parte, iba a resultar necesario reconvertir a la economía de paz un enorme e intacto tejido industrial militar, es decir: la pesadilla de Pareto. Desde un punto de vista exclusivamente personal, las consecuencias para Bette de aquella coyuntura se materializaron en serias dificultades para volver a trabajar. Efectivamente, recibió varias ofertas, pero de un nivel que rozaba la ridiculez o incluso la ofensa. El resultado es que, tras décadas sin un minuto de verdadero reposo, se vio convertida en una madre desempleada que apenas salía de casa. Esta tensión hizo que su recién estrenado matrimonio se fuese a pique, con alguna que otra escenita en público ―incluido un baile estilo “Jezabel” en una fiesta de Hollywood, de la que Bette Davis acabó escapando por la ventana del baño― y, según las memorias de la actriz, con un par de agresiones físicas a cargo de Sherry que él siempre ha negado indignadísimo ―a pesar de que, como veremos, no faltan pruebas de su vena violenta―.

Bette Davis 18Gracias a la mediación de su ex amante Howard Hughes, Davis finalmente regresaría al trabajo en “La egoísta” (1951), producida por la RKO. La película, en la que volvía a ser dirigida por Curtis Bernhardt, no era nada del otro mundo; pero el espaldarazo de Hughes, que continuaba manteniendo gran parte de su poder, sí que suponía un gran impulso para tratar de reflotar su carrera. Consciente de ello, Bette se afanó en mostrarse profesional y encantadora, hasta el punto de que Bernhardt, que la había sufrido en “Una vida robada”, creyó que la habían cambiado por una doble. Su compañero de reparto, Barry Sullivan, que hasta entonces no la conocía personalmente, afirmó que trabajar con ella había sido “una auténtica delicia”; y tanto la alabó que la prensa les atribuyó un romance que, en realidad, nunca existió. Las consecuencias para Sullivan de esos libelos fueron algo molestas: Sherry irrumpió en la fiesta de presentación del largometraje y, tras un rápido juego de piernas y haciendo gala de una técnica pugilística envidiable, le conectó un directo de derecha a la mandíbula que dio con él en la lona. Bette Davis tardó dos meses en obtener la sentencia de divorcio y en quedarse con la custodia de su hija, a costa de perder un dinero que realmente no le correspondía pagar a la luz de las capitulaciones.

Sin embargo, las cosas volvían a marchar y la Reina de Hollywood preparaba su particular Imperio de los Cien Días. En las últimas semanas de rodaje de “La egoísta”, Bette Davis recibió una llamada de Darryl F. Zanuck en nombre de la 20th Century-Fox. En principio, parecía otra oferta humillante, pues se trataba de sustituir a una devaluada Claudette Colbert en un papel al que había renunciado por culpa de una dorsalgia; sin embargo, le bastó escuchar “Mankiewicz” para apresurarse a dar el sí llena de emoción y sin necesidad de leer el guión. Eso fue un jueves; el sábado ya estaba realizando las primeras pruebas de cámara para “Eva al desnudo” (1950), que incluso llegaría a estrenarse antes que “La egoísta”. Las prisas de Bette, despojándose de toda la pompa y circunstancia que rodea a una soberana que se precie, estaban bien justificadas: Zanuck también se había puesto en contacto con Gertrude Lawrence ―grandísima figura del teatro, con una filmografía más bien anecdótica―, Susan Hayward, Ingrid Bergman y Marlene Dietrich, todas ellas actrices en situación parecida a la de Bette y con el mismo talento, calidad y popularidad que ella. También se había llamado a Tallulah Bankhead, una actriz olvidada por Hollywood que tan sólo había alcanzado cierto éxito por su papel en “Náufragos” (Alfred Hitchcock, 1944). Su extraña inclusión entre las candidatas a interpretar a Margo Channing disparó los rumores acerca de que, en realidad, la película narraba su propia historia, llegando a convirtiéndose en la versión vox populi. En realidad, la trama de “Eva al desnudo” (“All About Eve”), que perfectamente habría podido ser fruto de la mente de Arthur Miller o de Tennessee Williams, surge de un relato corto de Mary Orr titulado “La sabiduría de Eva”, que fue publicado en Cosmopolitan en 1946 bajo el seudónimo de Anne Caswell. Ante la polémica, Orr se vio obligada a declarar que la idea le había surgido de una conversación con la actriz austriaca Elizabeth Bergner, que le debió de contar una anécdota parecida, y aseguró que no tenía nada que ver con Bankhead. Ésta, por algún motivo, entendió que había sido Bette la que había difundido el bulo y, durante una entrevista en la radio, amenazó con “arrancarle uno a uno todos los pelos del bigote el día que se topara con ella”.

Bette Davis humoConflictos periféricos aparte, lo cierto es que “Eva al desnudo” es sin duda una de las mejores películas de la historia del cine. Como solía ser su costumbre, Mankiewicz había escrito el guión personalmente, y en un primer momento mostró sus reticencias a conceder el papel protagonista a Bette Davis. Según expresó a los directivos de la Fox, el personaje era una actriz que había sido joven y bella y que veía comprometida su carrera porque había dejado de serlo. Para que resultase creíble, el público tendría que haber conocido a esa actriz previamente, y sí: conocía de sobra a Bette Davis, pero nunca la había tenido por joven y bella. También estaba advertido acerca de las dificultades que conllevaba incluir a alguien del temperamento de Bette en el equipo:

Cuando se enteró de que había aceptado conceder el papel a Bette Davis, Edmund Goulding me llamó por teléfono y me dijo: “Pero, chico, tú te has vuelto loco… ¿Cómo se te ocurre contratar a esa tía? Va a acabar contigo. Te va a hacer polvo y después te soplará. Tú y yo sabemos que tú eres más un escritor que un cineasta, es lo que te gusta. Puedes estar seguro de que ella se va a presentar en el estudio con un cuaderno enorme y muchos lápices y se pondrá a reescribir las escenas delante de tus narices. Cuando te quieras dar cuenta, será ella la que esté dirigiendo los restos de tu guión. Recuerda mis palabras”. Claro que las recordaba: el primer día de rodaje las tenía en la mente y estaba en guardia para saltar ante cualquier aviso de temporal. Pero la señorita Davis se presentó en el plató ya vestida y maquillada por lo menos un cuarto de hora antes de que hubiese que llamarla. Ni siquiera se molestó en examinar el decorado: se sentó en su silla, encendió un cigarrillo y se puso a repasar el guión. Estuvo perfecta en cada plano, no hubo que repetir ninguno. Cada sílaba que pronunciaba, cada gesto que hacía… No vaciló en ningún momento. Eran sus propias expresiones, su propia manera de desenvolverse. Era Margo Channing. Una actriz a la que no había que decirle nada: el sueño imposible de cualquier director.

No fue un espejismo. Bette mantuvo un nivel altísimo durante todo el rodaje y, lejos de crear algún tipo de desavenencias en el equipo, contribuyó decisivamente a la armonía del grupo. De algún modo, tomó el papel de matriarca de la producción y se convirtió en la mejor consejera tanto para Celeste Holm como para el elenco de jóvenes actrices que completaba el reparto: Anne Baxter, Barbara Bates y Marilyn Monroe. Su relación con Holm devino en una gran amistad personal, y siempre reconoció que jamás habría podido hacer correctamente ciertas escenas sin su ayuda:

Esa escena del coche en mitad de la nieve, cuando sus amigos abandonan a Margo para dar una oportunidad a Eva… Hubiese sido imposible con otra que no fuera Celeste. Estuvo perfecta, y yo estaba histérica. Ese día había unos 40 grados en Hollywood, ¡y allí estábamos nosotras, dentro de un coche bajo los focos, embutidas en abrigos de visón y tratando de hacer creer que teníamos mucho frío!

Puede que Bette Davis recibiera las críticas más entusiastas de su carrera gracias a “Eva al desnudo”. Además, la película obtuvo una recaudación estratosférica y logró catorce nominaciones a los Oscar ―entre ellas, por supuesto, la de Bette a la mejor actriz protagonista―, aunque “sólo” se materializaron en seis estatuillas. Dado que Anne Baxter también estaba nominada en la misma categoría, y que tanto Celeste Holm como Thelma Ritter lo estaban a la mejor actriz de reparto, se supone que el voto se dividió en beneficio de terceros. Bette no ganó, por lo tanto, su tercer Oscar con “Eva al desnudo”, pero sí que ganó su cuarto marido: el que había sido su pareja en la ficción, Gary Merrill. Según parece, la atracción entre ambos surgió en cuanto se vieron; pero ella sabía lo mucho que se jugaba en aquella producción, de modo que se hizo la loca hasta que finalizó el rodaje. A pesar de que a partir de entonces Merrill centraría su carrera en series de televisión, era actor, como ella, y quizá por eso fue el que más le duró. La boda se celebró en Ciudad Juárez el 15 de febrero de 1951, apenas 6 horas más tarde de que Merrill obtuviera el divorcio de su primera esposa. Su inesperado regalo de bodas fue el estreno de “La egoísta”, una película de la que prácticamente se había olvidado, pero que le volvió a reportar muchas loas por parte de la prensa, en gran parte motivadas por el rebufo que había dejado “Eva al desnudo”.

Bette Davis 2Con la tranquilidad que le habían reportado esos dos éxitos consecutivos, Bette Davis creyó que por fin había llegado el momento de elegir cuidadosamente sus papeles y de tomarse las cosas con más calma. Por eso aceptó trasladarse a Londres para interpretar junto con su marido “Veneno para tus labios” (1951). El encargado de dirigirla no sería otro que el sufrido Irving Rapper, al que se le debió de helar la sangre al volver a encontrarse a Bette en su camino incluso al otro lado del océano. Las cosas, sin embargo, fueron sorprendentemente bien en los platós; no así fuera de ellos. El feliz matrimonio ocupó una suite en el hotel Great Fosters, de donde fueron expulsados por la dirección tras escandalizar al resto del hospedaje con broncas nocturnas prácticamente a diario. Según parece, ambos bebían mucho en aquellos tiempos. Por si fuera poco, Bette Davis no paraba de quejarse de la calidad de la comida, por lo que hacía que se la enviaran desde los Estados Unidos. Aquello no le ayudó a ganarse el favor de los británicos, entre otros motivos porque si la calidad y la cantidad de los productos que le ofrecían no estaba a la altura de sus expectativas, no era precisamente porque fuesen malos anfitriones, sino porque el país aún no había acabado de reconstruirse tras la guerra y seguía habiendo cartillas de racionamiento. La película en sí, un pretendido thriller que acaba derivando en melodrama, no tuvo pérdidas en su estreno, pero apenas sirvió para cubrir los costes. La crítica la ignoró por completo.

Bette Davis poisonLa pareja regresaría a Hollywood para rodar “Llama un desconocido”, de Jean Negulesco (1952), en la que Bette Davis realizó una buena interpretación para un papel muy secundario. No obstante, aceptarlo supuso un grave error táctico, porque en cierto modo significó renunciar a su aura de prima donna en el peor momento posible. Según parece, Bette lo eligió ilusionada porque le apetecía trabajar a las órdenes de Negulesco y porque le cayó muy bien el personaje cuando leyó el guión, pero no se le pasó por la cabeza que aquello desataría ruidosos rumores acerca de que ya le resultaba imposible encontrar papeles de protagonista.

Bette Davis desconocidoBette Davis creyó demostrar que no era así aceptando protagonizar “La estrella” (Stuart Heisler, 1952), la historia de una actriz alcohólica y cascarrabias que no asume el paso del tiempo y que cree que todo le está permitido por haber ganado un Oscar hace varios años. Sin llegar a ser ninguna obra maestra y adoleciendo de algunos errores narrativos bastante evidentes, se trata de un largometraje más que digno, en el que no sólo Bette estuvo extraordinaria, sino también el protagonista masculino, el genial y absolutamente desaprovechado Sterling Hayden, así como una Natalie Wood que con tan sólo 14 años de edad interpretaba su vigésimo papel en la gran pantalla. La película obtuvo beneficios y Bette Davis su novena nominación y otra colección de críticas favorables. Sin embargo, en realidad todo se trataba de una especie de encerrona, y algún periodista más avispado que la media, como el ya conocido Bisley Crowther ―que, al parecer, seguía con lupa la carrera de Bette―, se dio cuenta al instante:

Su interpretación como una ex diva de la pantalla resulta magistral. Se trata de un espectáculo maratoniano para una sola mujer y, en su conjunto, da buena fe de que Bette Davis, con su voz estridente, sus andar frenético, sus constantes gesticulaciones y sus ojos saltones, es una imitadora inmejorable de sí misma.

Bette Davis 21Efectivamente, ahí estaba el truco. Bette había aceptado encantada el papel, convencida de que se trataba de una parodia de Joan Crawford ―no en vano, el guión había sido escrito por Katherine Albert, que durante varios años había sido algo más que la secretaria personal de Crawford y que no había acabado demasiado bien con ella; incluso la caracterización de Bette la hace parecerse mucho a su rival en varios planos―: “Por aquel entonces, Joan era famosa por decirle a todo el mundo ‘Bendito seas…’, con aquel tonito suyo tan meapilas, ¡y yo tenía la bendita frase en el guión!”. En aquellos años, la antipatía y la rivalidad entre Crawford y Davis había alcanzado unas cotas de odio sin precedentes, de modo que Bette disfrutó como una bacante interpretando aquel papel. El problema era que el personaje no estaba basado en Joan Crawford, sino en Bette Davis, y ella fue la última en percatarse de ello.

Aceptar la realidad le supuso un golpe muy duro: de algún modo, se sentía víctima de una burla orquestada para la que creía no haber hecho méritos. Por si fuera poco, el Oscar de aquel año acabó recayendo en Shirley Booth por su papel en “Vuelve, pequeña Sheeba” (Daniel Mann, 1952), un trabajo al que Bette había renunciado para poder cebarse con Crawford ―que, para acabar de rematar la jugada, también había sido nominada por “Miedo súbito” (David Miller, 1952)―. No obstante, el disgusto no le duró demasiado, y no precisamente porque alguna alegría viniera a rescatarla, sino porque tuvo que afrontar problemas personales bastante más serios.

Bette Davis hijosTras sostener un proceso judicial bastante escabroso con Sherry, el matrimonio había conseguido que Merrill pudiese darle su apellido a la hija de Bette. Poco tiempo más tarde, adoptaron a una niña, Margot ―en honor a Margo Channing―, y a un varón, Michael. Lejos de suponer algún tipo de buenaventura o de calma en el hogar, Margot, que ya les había sido entregada con dos o tres años, comenzó muy pronto a mostrar un comportamiento extraño y agresivo ―se pasaba las noches berreando, se desnudaba cada vez que podía, le rompió una balda de cristal en la cabeza a su hermano, trató de estrangular al gato…―, hasta que le fue diagnosticada una lesión cerebral probablemente provocada por un deficiente empleo del fórceps en su nacimiento, o bien por algún golpe sufrido posteriormente. El caso es que la niña no sólo padecía cierto retraso mental, sino que iba camino de convertirse en alguien muy peligroso. Lógicamente, recibió el mejor tratamiento psiquiátrico disponible en aquellos momentos, y eso le permitió vivir una niñez más o menos normal; sin embargo, recayó en una crisis bastante grave cuando tenía 16 años y, como si realmente fuese la sobrina natural de su tía Bobby, tuvo que pasar el resto de su vida entrando y saliendo de manicomios y con vigilancia constante.

Bette Davis two's company
Bette caracterizada para «Two’s Company».

Por otra parte, ante la falta de ofertas interesantes en el cine, Bette aceptó regresar a los escenarios de la mano de Jules Dassin como director de escena en el musical “Two’s company”. Tras décadas sin pisar las tablas, la actriz descubrió que los nervios la atenazaban y que, por algún extraño motivo, parecía haber perdido sus antaño excelentes capacidades para la danza, hasta que se dio cuenta de que incluso tenía serios problemas para controlar su equilibrio. Nada más comenzar la nonagésima representación, Bette Davis cayó desplomada en medio del escenario ―un periodista lo calificó como “un batacazo brutal y estremecedor”―. Todo el equipo corrió a ayudarla y, haciendo caso omiso a las reglas más elementales de los primeros auxilios, fue trasladada inerte a su camerino. Una vez allí, y para proseguir con las negligencias, fue reanimada a base de agua y tortazos. Una ambulancia ya había sido avisada, pero Bette se puso en pie tambaleante y se dirigió de vuelta al escenario ganando firmeza a cada paso que daba. Nadie fue capaz de frenarla. Al comparecer ante el público asustado, que la recibió con una sonora y aliviada ovación, se dirigió a ellos diciendo: “Ahora sí que ya no podéis decir que no caigo rendida ante vosotros”, y reanudó la obra en el mismo punto en el que la había dejado. “Si tuviera que definir a Betty con una sola palabra, tendría que ser legionaria, declaró Dassin.

Bette Davis 22Tras ser examinada, se le detectó una osteomielitis muy avanzada en la mandíbula, por lo que tuvo que ser intervenida de urgencia en una operación tan larga y complicada que perfectamente habría podido dejarla desfigurada. La infección le había llegado a la médula ósea, por lo que había que extirpar gran parte del maxilar. La vía más sencilla y lógica habría sido atacar la lesión desde el exterior, lo que hubiese destrozado su cara; sin embargo, el cirujano, en atención a quien tenía en sus manos, optó por operar desde el interior de la boca. Se trataba de un recurso mucho más complicado y que implicaba un posoperatorio más largo, peligroso y doloroso; pero todo acabó saliendo bien. En ese punto tuvo suerte; pero la obra debió ser suspendida, con pérdidas millonarias para sus promotores y los consiguientes problemas judiciales para todos. Bette afrontaba una de las peores etapas de su vida, con tres años sin pisar un estudio de rodaje y cada vez más sumergida en alcohol y peleas conyugales.

Bette Davis 23Mientras tanto, y sin que ella tuviese la más mínima noticia de ello, en la Fox se estaba forjando un proyecto de drama histórico, inicialmente denominado “Sir Walter Raleigh”, que acabó cuajando en “El favorito de la reina” (Henry Koster, 1955) ―también conocida en España como “La reina virgen”, calco de su título original―. Tras darle muchas vueltas al asunto, el productor Darryl F. Zanuck decidió que Bette Davis era la mejor opción para encarnar a Isabel I de Inglaterra, dado que ya tenía experiencia con el personaje. La actriz no tuvo que pensárselo mucho, ni siquiera hizo falta que le comunicaran que también participaría Herbert Marshall, con quien había hecho muy buenas migas en “La carta” y “La loba” ―hacía ya quince años―; lo cierto es que no tenía más opción que aceptar si quería seguir dedicándose al cine.

Quizá bien metida en su papel, quizá tras haber comprobado que la amabilidad no le había reportado demasiados buenos resultados, en aquel rodaje volvió la Bette dictadora con toda la fuerza de un Fénix renacido. Koster, un director de plantilla sin pretensiones que ya había ido acumulando una filmografía variopinta pero más que aceptable ―“Loca por la música” (1937), “La sensación de París” (1938), “La mujer del obispo” (1947), “El invisible Harvey” (1950), “La túnica sagrada” (1953) o “Desirée” (1954), entre otras―, fue el principal objeto de sus furias. No obstante, el realizador no se mostró demasiado impresionado y se limitó a hacer capa hasta que pasara el temporal ―no es extraño, si tenemos en cuenta que años antes de aguantar a Bette Davis tuvo que huir de Hitler―. La que lo pasó un poco peor fue Joan Collins, que con 22 años comenzaba a despuntar discretamente. Por el motivo que fuera, y en lugar de tomarla bajo su protección como era su costumbre, Bette se mostró hostil hasta la caricatura con ella. Collins, a la que tampoco es que le faltara carácter, era consciente de que todavía no era nadie para contestarla, de modo que se limitaba a ponerse en su presencia lo menos posible. Finalmente, la película pasó sin pena ni gloria; aunque después ha ido ganando bastante prestigio gracias a sus pases por televisión. Aquel año, Bette Davis participó en la ceremonia de los Oscar, pero para entregar el galardón al mejor actor protagonista, honor que recayó en Marlon Brando por su actuación en “La ley del silencio” (Elia Kazan, 1954). Dejando a un lado cualquier tipo de coquetería, la actriz subió al escenario con un tocado de época que cubría en parte su cabeza realmente afeitada para el papel. Su muestra de profesionalidad fue premiada con una ovación incluso superior a la que un par de minutos más tarde se dedicaría al galardonado.

Bette Davis marlonEn 1956 Bette haría su debut para la televisión en un capítulo de “La hora de la 20th Century Fox”, una serie de pequeños relatos independientes que apenas se mantuvo dos años en antena. En cuanto al cine, realizó dos interpretaciones muy buenas en dos producciones bastante interesantes: “En el ojo del huracán” (Daniel Taradash, 1956) y “Banquete de bodas” (Richard Brooks, 1956), ésta última junto a Ernest Borgnine, Debbie Reynolds y Rod Taylor, y con guión de Gore Vidal. No obstante, ambas fueron bastante mal en taquilla y la actriz acabó de desesperarse. Sus ahorros se iban agotando, por lo que durante los tres años siguientes se limitó a realizar varios papeles alimenticios para la televisión, incluida una aparición en un capítulo de “Alfred Hitchcock presenta…” titulado “Out There – Darkness”, cuya dirección ni siquiera corrió a cargo del mago del suspense. El ritmo de trabajo volvía a ser casi tan agotador como en sus viejos tiempos en la Warner, con la salvedad de que ahora apenas lograba ganar la mitad que entonces ―y eso hablando en términos estrictamente nominales, sin tener en cuenta la inflación acumulada desde entonces, que aunque en aquellos años apenas rondaba el 3% anual, había llegado a alcanzar el 16% tras la Segunda Guerra Mundial―. Por lo menos, aquellas apariciones le sirvieron para recuperar algo de popularidad y para que le llegaran algunas ofertas interesantes, entre ellas el montaje teatral “El mundo de Carl Sandburg” (Norman Corwin, 1959-1961), con el que volvió a triunfar en Broadway.

Bette Davis 24En 1959 regresaría al cine como Catalina la Grande con un papel secundario en “El capitán Jones” (John Farrow, 1959), en lo que supuso su vuelta puntual a la Warner, si bien en una producción de Samuel Bronston rodada en España. La película fue tal fracaso que John Farrow, el padre de Mia, tuvo que abandonar su carrera como director. A continuación, Bette participaría junto con Alec Guiness en “Donde el círculo termina” (Robert Hammer, 1959), una producción británica sobre una novela de Daphne Du Maurier. También tuvo resultados muy discretos, y Bette Davis acabó bastante harta de los mangoneos de Guiness: por primera vez en su vida, era otro actor el que imponía su ley en uno de sus rodajes. El poder del inglés era tal que consiguió cercenar el papel de Bette hasta la irrelevancia. Hechos como ése terminaron de convencer a los productores de Hollywood de que su antigua reina estaba acabada, y se la empezó a considerar y a tratar como a una vieja gloria propia de otros tiempos ya superados e irreversiblemente caduca. Cualquiera diría que todavía no la conocían.

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Este artículo continua en “Bette Davis: historia de una mirada (IV)”.



Recomendaciones: Como en el artículo anterior, la mayoría de las películas citadas pueden encontrarse fácilmente. No obstante, aquí dejo los enlaces a Amazon: “Una vida robada”, “Encuentro invernal”, “La novia de junio”, “Más allá del bosque”, “La egoísta”, “Eva al desnudo” (también en Blu-ray), “Veneno para tus labios”, “Llama un desconocido”, “La estrella”, “El favorito de la reina”, “En el ojo del huracán”, “Banquete de bodas” y “El capitán Jones” (también en Blu-ray).



 


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