Gloomy Sunday es una canción que cuenta con muy mala fama. Se supone que quien la escuche, aun de manera accidental, tiene bastantes posibilidades de suicidarse, incluso inmediatamente después de oírla. Eso es al menos lo que afirma la leyenda urbana alentada por todo tipo de explotadores de misterios. El origen de este mito parece hallarse en una noticia publicada el lunes 30 de marzo de 1936 en la revista Time. El texto, que no pasaba de ser una gacetilla algo alargada y carente de referencias, informaba del suicidio en Budapest de un zapatero aquincense, llamado Joseph Keller, que había dejado manuscritos algunos versos de la canción como única nota de despedida. La policía húngara, en un ejercicio de sagacidad sin precedentes, había relacionado su caso con el de un número indeterminado de cadáveres rescatados del Danubio con la partitura aferrada en sus manos ―otras versiones afirman que lo que de verdad hacían los suicidas eran dejar una copia junto a una rosa en el puente desde el que se lanzaban, como si en Budapest no soplara el viento ni el agua del Danubio disolviese el papel―. Por si fuera poco, se decía también que al menos dos personas se habían pegado un tiro tras escuchársela tocar a unos músicos callejeros ―si la calidad de los músicos callejeros de Budapest era parecida a la de los de mi ciudad, encuentro su reacción quizá algo desproporcionada, pero comprensible en todo caso―. La noticia debió de despertar la curiosidad de los lectores, de modo que el New York Times del 5 de abril de 1936 la amplió, fijando en dieciocho el número de suicidios cometidos en Hungría y añadiendo el luctuoso caso de Floy Hamilton Jr., un chico neoyorquino de 13 años que se había ahorcado con la partitura en su bolsillo, convirtiéndose así en la primera víctima de Gloomy Sunday al otro lado del océano. Este último suicidio es el único que está documentado; sin embargo, dicha documentación oficial no sólo no detalla el contenido de los bolsillos del adolescente, sino que su caso está considerado como uno de los primeros plenamente imputables a una situación de acoso escolar. No existe, por lo tanto, ningún indicio verificable del supuesto poder asesino de esta tonada; sin embargo, eso no impidió que muy pronto fuese conocida como “la canción húngara del suicidio” o “el himno del suicida”.
Es cierto que en los años 30, como en cualquier periodo de depresión económica, la tasa de suicidios se elevó en Europa y en Norteamérica, y también que Hungría siempre ha presentado unas cifras bastante altas en esta luctuosa estadística. El Dr. Buda Béla, una eminencia húngara dentro de la psiquiatría, ha realizado diversos estudios al respecto, concluyendo que se trata de un rasgo cultural de su país: “En el inconsciente popular, el suicidio es una forma de solucionar problemas con un tinte positivo. Es una fórmula que se pone de manifiesto en tiempos de crisis, porque todo el mundo ha conocido casos de suicidio que no son vistos como errores o cobardías, sino como un gesto valiente destinado a restaurar la autoestima y la dignidad del suicida mediante un último acto heroico”. Sea como fuere, actualmente Hungría parece vivir horas grises en esta competición absurda, puesto que en 2016 tan sólo se clasificó como vigesimoquinta nación del mundo con más suicidios anuales por cada cien mil habitantes. Por si a alguien le interesa, el último medallero lo componen Sri Lanka, Guyana y Mongolia, por este orden, mientras que el europeo lo copan Lituania, Bielorrusia y Polonia, tres países que curiosamente tienen una sólida historia común. Por si fuera poca la coincidencia, los tres siguientes son Rusia, Letonia y Ucrania, de modo que sí que parece que el elemento cultural es un factor importante a la hora de decidir colgarse de un pino.
La canción fue originalmente compuesta por Rezsö Seress a finales de 1932. La leyenda dice que lo hizo un domingo lluvioso en una fría buhardilla de París mientras se reconcomía por haber sido abandonado por alguna bella francesita. Una vez terminada, se la habría remitido a la susodicha, que se seccionó las muñecas inmediatamente después de leer la partitura, lo cual llevó al propio compositor a emularla ―otra variante del cuento afirma que la chica sólo se cortó las venas cuando supo del éxito del tema, algo que presentaría un poco más de lógica―. Lo cierto es que no hay ninguna certeza de que Seress viviese nunca en París, y mucho menos de la existencia de esa joven virtuosa del solfeo. Por el contrario, los pocos datos que se conocen acerca de la biografía de Seress parecen apuntar hacia una historia bien distinta. Se sabe que aprendió a tocar el piano de manera autodidacta y que, a pesar de que todos los vicios adquiridos le obligaban poco menos que a interpretar con una sola mano, ansiaba vivir de la composición de canciones. Aunque su vida transcurrió en la pobreza, no parece que Seress fuese una persona especialmente melancólica, o al menos no indican eso los títulos de algunos de sus éxitos en Hungría, entre los que suelen destacarse “Fizetek föúr” (“Tráigame la cuenta, camarero”) o “Én úgy szeretek részeg lenni” (“Me encanta estar borracho”), así como “Újra a Lánchídon” (“De nuevo en el Puente de las Cadenas”), un canto de guerra compuesto para el MKP (Partido de los Comunistas de Hungría).
Precisamente, parece estar claro que el origen de Gloomy Sunday hay que buscarlo en la adscripción política de su creador ―que, durante la Segunda Guerra Mundial, junto con sus orígenes judíos, le valió para ingresar en un campo de concentración―. Titulada en un principio “Vége a világnak” (“El mundo se acaba”), Seress la habría acompañado de una letra en la que expresaba su preocupación ante el auge de los fascismos en toda Europa; sin embargo, esos supuestos versos, que seguramente existieron, se han perdido ―en 1946, registró un texto con ese título en su país natal; pero ciertas referencias al conflicto bélico demuestran que no se trataba del que escribió en 1932―. Por suerte, la partitura cayó en manos de László Jávor, un poeta conocido de un conocido de Seress. Javor adaptó al ritmo de la composición un poema que había escrito en 1927, en el que, ya con el título “Szomorú vasárnap” (“Domingo triste”), se cuenta la historia que daría lugar a las versiones más conocidas de Gloomy Sunday.
A pesar de lo que puede leerse en varias páginas de Internet y oírse en programas de radio y televisión dedicados a la parapsicología, ni Jávor se suicidó ―murió de un ataque al corazón en 1956― ni tampoco consta que ninguna supuesta novia suya lo hiciera antes o después de leer su poema. El que efectivamente sí que puso fin a sus días de forma violenta fue Seress, que primero saltó por una ventana y, a las cuarenta y ocho horas y ya en estado de papilla humana, empleó sus últimas fuerzas en cortarse el cuello en el hospital con un cable metálico. Sin embargo, difícilmente puede relacionarse ese suceso con Gloomy Sunday, dado que no ocurriría hasta 1968, cuando Seress ya tenía 79 años. Su existencia había estado marcada por la miseria desde que acabó la guerra. Contrariamente a lo predicho por Bertrand Russell, la práctica demostró que no había muchas posibilidades de ganarse la vida escribiendo canciones en un país comunista, y el bueno de Seress no debía de saber hacer muchas más cosas, de modo que acabó malviviendo como trapecista de circo ―aunque nunca dejó del todo la música―. Lo irónico del asunto es que sólo con las regalías que Gloomy Sunday iba generando en los Estados Unidos, y que se iban acumulando en una cuenta a su nombre a la espera de que se hiciera cargo de ella, pudo haberse hecho bastante rico; pero su fidelidad al Partido ―y puede que también su estupidez, pues ningún gobierno del mundo, comunista o no, ha puesto jamás ninguna pega consciente a la entrada de divisas en su territorio― le impidió aceptar lo que él consideraba sucio dinero imperialista. Poco antes de su muerte, concedió una entrevista a un medio húngaro que posteriormente fue traducida y reproducida en Newsweek. Seress mostraba una clara amargura referida a Gloomy Sunday, pero no por lo que se refiere a los supuestos suicidios ―que afirmaba desconocer y que, en cualquier caso, sentía mucho si alguien había actuado así después de escucharla―, sino al hecho de haber sido incapaz de haber vuelto a componer algo tan bueno. Hay por ahí circulando varios textos presuntamente escritos por Seress en los que pide disculpas a la humanidad por haber creado algo tan diabólico y suplica su destrucción y olvido; pero son tan apócrifos y ridículos como aquella supuesta carta de despedida de García Márquez o todos esos artículos reaccionarios que se atribuyen a Pérez Reverte o a Vargas Llosa.
La versión húngara de Gloomy Sunday, con la letra de Jávor, fue inicialmente comercializada en forma de partitura, y aunque se vendieron bastantes copias del cuadernillo, todavía hubo que esperar hasta las navidades de 1935 para ver su lanzamiento en disco. El retraso no tuvo nada que ver con su potencia homicida, sino más bien con su potencia ruinosa: la mayor parte de las compañías consideraban que muy poca gente pagaría por llevarse a su casa una canción tan retorcidamente triste. Finalmente fue grabada con la voz de Pál Kálmar, un cantante húngaro que, conocido en su país como “el rey del tango”, ya por aquel entonces contaba con una gran popularidad que mantuvo el resto de su vida. Huelga decir que Kálmar tampoco se suicidó, sino que murió en 1988, a los 88 años de edad, víctima de un cáncer de garganta.
Parece ser que rápidamente se lanzaron versiones en sus respectivas lenguas vernáculas en la Unión Soviética, Francia, Alemania, Italia e incluso en Japón; pero, que se sepa, no sobrevive ninguno de esos discos, por lo que no debieron de tener demasiada aceptación. Gloomy Sunday no se tradujo al inglés hasta 1936, cuando se dieron a conocer dos textos alternativos: el de Sam M. Lewis, norteamericano, y el de Desmond Carter, británico. Mientras que la traducción de Carter es prácticamente literal, la de Lewis guarda el sentido original de la composición, pero se aparta mucho del poema de Jávor ―además, muy pronto se le forzó a añadir una última estrofa en la que parece querer hacerse ver que todo era un sueño y que nadie ha muerto en realidad; sin embargo, Lewis se las apañó para dotarla de la suficiente ambigüedad como para no dejarlo del todo claro―. Ésta última fue la elegida para ser grabada por Hal Kemp and his Orchestra, con Bob Allen como vocalista, como primera versión estadounidense. El disco no tuvo el éxito esperado en un primer momento, y no son pocos los que relacionan las primeras noticias acerca de su maldición con un intento por superar ese fracaso inicial creando cierto morbo artificial entre el público.
En cualquier caso, Gloomy Sunday no se haría verdaderamente popular en los Estados Unidos hasta que Billie Holiday, acompañada por la Orquesta de Teddy Wilson, grabase su versión en 1941. Además de la voz inconfundible e irrepetible de Lady Day, al éxito de esta grabación contribuyó una instrumentación ligera y agradable que se reduce a la sección de viento-madera y a un piano que, lejos de robar protagonismo a la cantante, prácticamente se limita a marcar un paso fúnebre. Mayor presencia tiene el clarinete solista, cuya línea, en apariencia simple, requiere de una gran atención por parte de su intérprete, ya que le exige cambios constantes de compás ―lo que, por otra parte, es una de las notas distintivas de todo tipo de jazz―. Técnicamente, esta versión eleva a sol menor la composición original, que venía compuesta en do menor, y altera la cadencia de compases, pasando de una línea continua en 3/4 a una oscilación casi constante entre compases de 3/4 y de 2/4. Como bien sabemos, y aunque no le debieron de faltar motivos, Billie Holiday tampoco se suicidó, sino que murió de cirrosis a los 44 años.
Entre las muchas falacias que orbitan alrededor de este tema se encuentra el de que fue prohibido por las radios de medio mundo para evitar una ola de suicidios. Esto no fue así: Gloomy Sunday jamás ha estado prohibida. Lo más parecido a una prohibición se dio en el Reino Unido en 1941, cuando la versión de Billie Holiday fue incluida, junto a otras muchas, en la lista británica de canciones que no debían radiarse durante la Segunda Guerra Mundial; pero no porque se temiera ningún tipo de inmolación colectiva, sino porque se pensaba que podían generar derrotismo entre la población civil. De hecho, era la letra y no la melodía lo que se limitaba, por lo que nada impedía emitir versiones instrumentales. Evidentemente, tampoco es cierto que el veto se mantuviese hasta 2002, como puede leerse incluso en medios de reconocida seriedad. Lo que ocurrió fue algo mucho más inglés: dado que nadie se había acordado de derogar esa parte concreta de la reglamentación bélica, la BBC la estuvo respetando escrupulosamente durante cincuenta y siete años de paz, hasta que la autoridad competente le informó de que podía dejar de hacerlo. La letra en cuestión es la siguiente:
Sunday is gloomy, my hours are slumberless
Dearest, the shadows I live with are numberless
Little white flowers will never awaken you
Not where the black coach of sorrow has taken you
Angels have no thought of ever returning you
Would they be angry if I thought of joining you?
Gloomy Sunday
Gloomy is Sunday, with shadows I spend it all
My heart and I have decided to end it all
Soon there’ll be candles and prayers that are sad, I know
Let them not weep, let them know that I’m glad to go
Death is no dream, for in death I am caressing you
With the last breath of my soul I’ll be blessing you
Gloomy Sunday
Dreaming, I was only dreaming
I wake and I find you asleep in the deep of my heart, dear
Darling, I hope that my dream never haunted you
My heart is telling you how much I wanted you
Gloomy Sunday
Domingo sombrío, mis horas son horas de vigilia
Cariño, las sombras con las que vivo son innumerables
Todas esas florecitas blancas nunca harán que despiertes
No donde te ha llevado el negro carruaje de la pena
Los ángeles no tienen pensado traerte de vuelta
¿Crees que se enfadarán si pienso en reunirme contigo?
Domingo sombrío
Es un domingo sombrío, y yo lo estoy pasando entre sombras
Mi corazón y yo hemos decidido acabar con todo
Pronto habrá cirios y gente rezando muy triste, lo sé
Diles que no lloren, hazles saber que estoy contenta de irme
La muerte no es un sueño, gracias a ella te voy a acariciar
Con el último aliento de mi alma estaré bendiciéndote
Domingo sombrío
Soñando, sólo estaba soñando
Despierto y te encuentro dormido en el fondo de mi corazón
Cariño, espero que mi sueño nunca te alcance
Mi corazón te está diciendo lo mucho que te deseé
Domingo sombrío
Rápidamente considerada como un standard del jazz, Gloomy Sunday es una de las canciones más versionadas de la historia y su letra ha sido traducida hasta al esperanto o al gaélico. Sería imposible realizar una simple lista razonada de todas las grabaciones existentes, de modo que me he limitado a elegir aquellas que destacan por su calidad o bien porque resultan curiosas en algún aspecto. Este último caso es el de la versión grabada por Hildegarde apenas unas semanas después de que apareciera la de Hal Kemp. Su peculiaridad es que no reproduce la letra de Lewis, sino la de Carter:
Sadly one Sunday
I waited and waited
With flowers in my arms
For the dream I’d created
I waited ‘til dreams,
Like my heart, were all broken
The flowers were all dead
And the words were unspoken
The grief that I knew
Was beyond all consoling
The beat of my heart
Was a bell that was tolling
Saddest of Sundays
Then came a Sunday
When you came to find me
They bore me to church
And I left you behind me
My eyes could not see
One I wanted to love me
The earth and the flowers
Are forever above me
The bell tolled for me
And the wind whispered, «Never!»
But you I have loved
And I’ll bless you forever
Last of all Sundays
Con tristeza un domingo
Esperé y esperé
Con flores en mis brazos
Al sueño que había creado
Esperé hasta que los sueños
Como mi corazón, se rompieron
Las flores habían muerto
Y quedaban palabras por decir
El dolor que ya conocía
Iba más allá que cualquier consuelo
El latido de mi corazón
Era una campana que doblaba
El más triste de los domingos
Así llegó un domingo
En el que viniste a buscarme
Cargaron conmigo hasta la iglesia
Y te dejé atrás
Mis ojos no pudieron ver
Al único que quise que me amara
La tierra y las flores
Descansan eternamente sobre mí
La campana dobló por mí
Y el viento susurró: “¡Nunca!”
Pero a ti te amé
Y siempre te bendeciré
El último de todos los domingos
No tardó tampoco en llegar la primera versión en castellano, a cargo del tanguero argentino Agustín Magaldi, que moriría menos de dos años después de grabarla. Aunque no están del todo claros los motivos del deceso, todo apunta a una septicemia tras una operación hepática: nada que ver con suicidios.
Si a alguien le interesa saber cómo sonaba la canción en ruso, aquí la tenemos interpretada en 1937 por Pyotr Leshchenko, que, como su apellido hará sospechar, no era ruso, sino ucraniano, y que también era conocido en la Unión Soviética, un país tanguero donde los haya, como “el rey del tango”:
Como hemos ido viendo hasta ahora, en un principio la partitura de Seress fue adaptada preferentemente a los compases del tango. No fue hasta 1940 cuando Artie Shaw la traduce al lenguaje del jazz para el lucimiento de su orquesta y de la sensual voz de Pauline Byrns, que no parece invitar precisamente al suicidio:
La interpretación de Billie Holiday no sólo creó escuela, sino que durante varios años mantuvo a las principales voces alejadas de Gloomy Sunday. Tuvieron que pasar diecisiete años hasta que un cantante de la talla de Mel Tormé, la Niebla de Terciopelo, se atrevió con ella ajustándola a su inconfundible estilo personal:
Tres años más tarde, en 1961, Sarah Vaughan la recuperaba para el timbre femenino en la que probablemente sea la interpretación más elegante de Gloomy Sunday jamás grabada:
En 1967 ni la música ni el jazz ni el mundo tenían ya nada que ver con el Budapest de entreguerras, así que la siempre poco valorada Carmen McRae lanzó una versión con un sonido actualizado a su propio tiempo:
Ya en 1969, Ray Charles desarrolló su propia visión del tema, con una curiosa inversión de términos ―empieza soñando y termina muriendo―, para concluir su álbum “I’m All Yours, Baby!”:
En 1981 empiezan las sorpresas con el salto de Gloomy Sunday al ámbito del rock de la mano de Elvis Costello & The Attractions. Pensada para ser incluida en “Trust”, el quinto disco de la banda, la pista fue finalmente descartada y no vio la luz pública hasta 1994, cuando fue recuperada para el disco extra que acompañó a la reedición del álbum:
También Marc Almond, como vocalista de Marc and The Mambas, grabó en 1983 esta excepcional versión que apareció incluida en un medley en su disco, de cierta estética kitsch, “Torment and Toreros”:
Incluso un grupo como Christian Death, que uno imaginaría bastante alejado del tango y del jazz, realizó para su álbum conceptual “Atrocities” (1985) esta interesante reinterpretación de Gloomy Sunday, a la que dotan de una atmósfera etérea que casa a la perfección con el espíritu del tema:
En 1987, un Serge Gainsbourg en el fondo de su decadencia personal todavía era capaz de sorprender al público con esta adaptación al francés con la que cerró la cara A de “You’re Under Arrest”:
Y, en el mismo año, otra decadente Marianne Faithfull firmaba un Gloomy Sunday bastante más clásico que se ajustaba muy bien a su voz de madurez. Sin embargo, tampoco fue publicado en su momento y no lo haría hasta 1998 en la recopilación “A Perfect Stanger”:
Mención aparte merece la versión incluida en “The Singer” (1992) por Diamanda Galás, que empleó sus increíbles dotes vocales ―su registro abarca prácticamente cinco octavas y media (le falta un semitono para lograrlo); para que nos hagamos una idea de lo que supone esto, un piano actual tiene siete octavas― para grabar la que quizá represente la cima de las interpretaciones de la letra de Carter. Como ocurre con casi todo lo que hace esta mujer, su Gloomy Sunday tuvo detrás un proceso creativo concienzudo:
Escuché la versión de Paul Robeson de Gloomy Sunday, la orquestación también era suya y los arreglos la hacían tan diferente a cualquier cosa que hubiese escuchado antes… Lo cierto es que nunca había pensado en grabarla antes. Había escuchado la versión de Billie Holiday, por supuesto, y la respeto, pero no me estimuló para cantarla. Pero la forma en la que Robeson la cantó y su orquestación resultaba tan plena y triste… Y no de una manera introvertida, sino dominante y poderosa. Era como si… Bueno, él tenía esa voz que era grandiosa en cualquier caso. Resonaba desde los dedos gordos del pie hasta el cráneo.
Como vemos, entre los méritos de Galás también se encuentra el haber redescubierto el legado de Paul Robeson, un hombre polifacético que encarnó como nadie el espíritu del Harlem Renaissance. Dada su explícita adhesión comunista, Robeson fue duramente represaliado por el Comité de Actividades Antiamericanas, por lo que su obra fonográfica permanece dispersa y fragmentada. Por suerte, sí que se conserva su interpretación de Gloomy Sunday, grabada en 1936:
Además de los señalados, Björk, The Smithereens, Ricky Nelson, Sarah McLachlan o Sidnéad O’Connor, entre otros muchos nombres conocidos, han probado suerte con Gloomy Sunday. El tema también ha sonado en multitud de películas, entre ellas la archioscarizada “La lista de Schindler” (Steven Spielberg, 1993), por lo que el número de personas que la ha escuchado y no se ha suicidado instantáneamente puede considerarse bastante elevado. Aún así, la leyenda urbana sigue vendiéndose de una manera tan formidable como incomprensible. Los autoproclamados expertos en el misterio han llegado a proponer explicaciones tan disparatadas como que su combinación de notas estimularía la producción de no sé qué ondas cerebrales ―las famosas ondas de la autodestrucción, supongo―, o que el pobre Seress dejó impreso una especie de mensaje telepático en su creación, por no hablar de los que directamente recurren a maldiciones, espíritus y cosas por el estilo. Pero, en el fondo, no debe sorprendernos semejante deriva: la norma metódica en todos estos asuntos de corte esotérico es lanzarse a buscar soluciones sin haberse molestado antes en constatar que realmente existe un enigma que resolver.
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